El trabajo de la Educación y la gran crisis

Casi por sorpresa, deslizándose por el estío, el espectro que todos veíamos vagar por el espacio, la gran crisis, la mayor desde hace decenas de años –si excluimos las guerras mundiales– se ha corporeizado. Y nosotros, pobres mortales que estábamos trabajando denodadamente el espíritu de la innovación, nos vemos abocados a una situación “ajena”, extrema, que pone en cuestión lo que estábamos diciendo y haciendo. Pero no debemos equivocarnos, esta no es una crisis económica más, es una crisis sistémica, civilizatoria. Sencillamente, hemos llegado al límite del absurdo.

¿Y ahora? Ha quebrado el sistema social, un sistema que ya no tiene “afuera”, que todo lo contiene, con lo que ya no existen referencias externas, modelos que nos iluminen en nuestro caminar. ¿Qué nos queda? La posibilidad de la crítica inmanente, de descifrar en las entrañas del sistema las dinámicas subyacentes que han operado –y están operando– para, revirtiéndolas, abrir nuevos espacios de construcción social, vías, no sólo hacia un planeta sostenible, sino hacia una sociedad sostenible.

Hay múltiples enfoques explicativos de las raíces de la crisis, la mayoría interesantes. Pero, sin embargo, hay uno de ellos que apenas se contempla y que, en mi opinión, es fundamental para afrontarla y superarla: Se trata de la mutación de la esencia del trabajo en el último medio siglo y de su impacto sobre las condiciones sociales, económicas y políticas [1].

La contradicción fundamental en nuestras formas económicas se está ubicando en la relación entre el despliegue del trabajo cognitivo como factor masivo de producción y las relaciones de producción imperantes en el Sistema, referidas a la forma valor y, por tanto, al tiempo de trabajo. Las repetidas “llamadas” a innovar olvidan que en las últimas tres décadas se ha “innovado” a velocidad exponencial, pero esto no ha evitado la catástrofe civilizatoria a la que nos estamos viendo abocados. No es la solución. Tenemos que innovar –y, por qué no, subvertir– las bases artificialmente abstractas de las relaciones de producción, y, por derivación, de las relaciones sociales, que subsumen en un pozo sin fondo cualquier atisbo de desarrollo de riqueza material, social o cultural.

Las repetidas “llamadas” a innovar olvidan que en las últimas tres décadas se ha “innovado” a velocidad exponencial, pero esto no ha evitado la catástrofe civilizatoria a la que nos estamos viendo abocados.

Pues, en efecto, lo que se despliega de forma inmanente desde el propio sistema es la veloz sustitución del trabajo masivamente físico por el trabajo masivamente cognitivo, como condición de reproducción del mismo al tiempo que como generador y figura de un nuevo antagonismo. Pues, por su naturaleza, el trabajo cognitivo no puede quedar “atrapado” en las estructuras creadas para contener trabajo físico, pero a su vez el capitalismo se fundamenta en la valorización competitiva del trabajo físico y no encuentra cabida para el trabajo cognitivo.

Y, proyectando el argumento, surge la conexión con la Educación y su proclamada crisis. Quiero plantear dos interrogantes, altamente interconectados, muy centrados, aunque no exclusivos, en la Formación Profesional:

  • ¿Para que tipo de trabajo se está educando a los alumnos? ¿Para un trabajo basado en la tarea, en el desempeño del puesto de trabajo, en la empleabilidad, aunque se aderece con valores, trabajo en equipo, y cosas por el estilo? En este caso, estamos preparando a las generaciones futuras para un trabajo que quiebra;
  • Pero, más importante todavía, ¿qué forma de trabajo despliegan los enseñantes? Pues si está basada en horarios establecidos, tareas programadas, programas ajenos a su contacto con la realidad vital… ¡no pueden sino reproducir en su educación el sistema establecido –y ahora en crisis– por muy buena voluntad que tengan! En mi experiencia, no deja de ser significativo que se creen comisiones de innovación, calidad, excelencia educativa… ¡siempre sobrevolando el núcleo del trabajo, sin penetrarlo jamás!

El escenario ha hecho explosión, y ahora nos toca construir desde nuevas premisas, desde nuevos enfoques, desde nuevos conceptos, desde una idea distinta de sociedad. Como dije hace algún tiempo, innovar hoy es innovar el concepto de innovación. Y creo que, barridas las ficciones que nos han hecho ocultar lo que ocurría, nos toca mirar de cara a la dura realidad y preguntarnos: ¿Ahora qué tenemos que hacer?


[1] Para un tratamiento más completo de este tema, puede verse A. Vázquez “Política de la riqueza, riqueza de la política

Publicado en

Artículo publicado en la Revista Lanbide, nº 28, Hetel, octubre 2003. Incluye también el artículo en euskera e inglés: Hezkuntzaren lana eta Krisi larri larria | The work of Education and the big crisis

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