Tiempos de cambio para la Educación: Desestructuración creativa

La transformación fundamental de nuestra era viene dada por la conversión del conocimiento en el factor masivo de producción. Al ser el conocimiento un atributo estrictamente personal –inseparable de la persona– y que sólo se reproduce en la cooperación libremente deseada, este se mueve –digámoslo así– con el individuo y sus sociedades (a diferencia del trabajo industrial, en el que el trabajador “pertenece” a la máquina en las horas de trabajo). Por tanto, la producción invade todo ámbito vital al tiempo que la vida invade el trabajo, ya que, por expresarlo de forma un tanto caricaturesca, la persona y sus medios productivos son, literalmente, inseparables. Y aquí encontramos ya una primera contradicción: Nuestras estructuras de organización del trabajo, de poder y de propiedad están asentadas sobre las bases de la producción industrial, sobre el alquiler de la fuerza de trabajo. Y el conocimiento, como potencia personal que se expresa en la cooperación de lo social, no puede ser “poseído” por ningún ente jurídico.

La formación no es ajena a esta contradicción; más bien, se sitúa en la clave de bóveda de la transformación que genera. En efecto, en la medida en que la formación recorre el plano entre el ser y el llegar a ser del trabajador y del ciudadano, se encuentra en el “ojo del huracán” de la batalla que se libra entre el conocimiento masivo como forma de creación –y, por tanto, de construcción libre del futuro– y las estructuras de propiedad y poder asentadas en el paradigma de la era industrial. El epicentro de este conflicto consiste en decidir si el conocimiento social, cooperativo, se convierte en fuerza de creación, y por tanto, de transformación, o bien es controlado, absorbido y reconducido a las estructuras de poder establecidas.

Esta contradicción, ya expresada en el final del siglo XX, emerge con toda potencia en los acontecimientos del siglo XXI, evidenciada por las brutales convulsiones sociopolíticas que vivimos. Nada de extraño tiene, pues, que el poder se disponga a “reformar” la educación. Y en este intento me ha resultado muy significativa –por su claridad– la exposición que el ministro de Educación de Francia, Luc Ferry, ha realizado recientemente en su “Carta a todos aquellos que aman la escuela”[1] proponiendo poner fin a “la crisis provocada por valorar la innovación en detrimento de la tradición, la autenticidad a despecho del mérito, la diversión contra el trabajo y la libertad ilimitada en lugar de la libertad limitada por la ley” para señalar que “con Mayo del 68 se entró en la ideología de lo espontáneo, en la valoración de la expresión de uno mismo, de la autenticidad, de la creatividad, el rechazo de las herencias pasadas…” Advierte, así mismo, del profundo error que supone poner al alumno en el centro de la acción educativa. El mensaje es muy claro: Guerra a los atributos del conocimiento como factor masivo de producción (innovación, imaginación, autenticidad, placer, libertad) y vuelta a la sociedad disciplinaria, rechazo del alumno como sujeto activo del aprendizaje para resituarlo como “objeto” del mismo.

¿Dónde se va a decidir el rumbo de los acontecimientos? No me cabe duda alguna que, fundamentalmente, se hará en las aulas, en los centros educativos, en las comunidades educativas. Y, en consecuencia, el papel del profesorado se torna esencial, sea como agente activo de la transformación, sea como receptor pasivo de lo ordenado por el poder, para diseñar el futuro, no sólo de la educación, sino también de su formidable impacto social (no olvidemos que ese “fantasma” que quita el sueño a nuestros gobernantes –el 68– arrancó desde las aulas, y ellos sí lo recuerdan).

El problema con los profesionales de la formación consiste esencialmente en que, mientras emergía el trabajador del conocimiento como protagonista del proceso de producción –tanto material como subjetivo–, el profesor (y más claramente, en la educación secundaria, universidad y formación profesional), trabajador del conocimiento por excelencia, ha tendido a ser proletarizado; es decir, sus tareas han sido fijadas con precisión y repetitividad, sus tiempos han sido diseñados para las tareas y la burocracia del control, sus márgenes de libertad han sido reducidos a la mínima expresión… Es el efecto de la universalización de la educación, al convertirla en una máquina de producción en masa.

¿Hay lugar para la transformación? Desde luego. En mi opinión, surgirá desde:

  • La inteligencia y el afecto del profesor, ya que su realización profesional y personal no puede darse –no se da, hablemos de la frustración– en su condición proletaria, sino en la conversión de sí mismo en un trabajador del conocimiento.
  • El reconocimiento del alumno como sujeto de creación y no como objeto de la educación.
  • Las redes que seamos capaces de activar entre los protagonistas de la transformación (agentes y activistas del cambio), reforzando su poder e influencia como agentes del conocimiento creador.
  • Y, muy importante, de revolucionar el tiempo de la educación, liberándolo de su carga de tarea repetitiva, de sus controles. Debemos ganar el tiempo para la conversación, la creación, la acción transformadora; pasar del tiempo de la producción –en dos horas se hacen el doble de tornillos que en una, pero en dos horas de repetición no se aprende el doble que en una– al tiempo de la intensidad creativa del conocimiento.

Y ahora aparece con claridad la profunda transformación que se opera en el rol de dirección y directivos: Desde ellos debe partir la creación (liberadora) de contextos y condiciones (de conversaciones, de ámbitos de diálogo) en los que se inscriba el potencial de acción que existe en nuestro profesorado; ellos –los directivos– se sitúan, a su vez, en un punto clave para migrar desde el profesor proletarizado(ejercicio de la autoridad y el orden) al profesor como activista del conocimiento (creativamente liberado).


[1] EL PAÍS del 28.04.2003, pág. 13

Publicado en

Artículo publicado en la Revista Lanbide, nº 22, Hetel, octubre 2003. Incluye también la versión del artículo en euskera e inglés: Aldaketa garaia hezkuntzan: desegituraketa sortzailea | Changing times for Education: Creative Destructurin

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