“Think of the enterprises you admire. I suspect that most operate as communities of engaged human beings, not collections of detached human resources. Now, imagine an economy made up of such enterprises.»
H. Mintzberg
Recientemente Henry Mintzberg ha publicado un interesante panfleto digital –el autor lo denomina así– titulado “Rebalancing Society” [1], en el que advierte de las catastróficas consecuencias que se están derivando –y profundizando– del brutal desequilibrio en nuestras sociedades a favor de lo privado (de las grandes corporaciones empresariales y financieras). Su propuesta es que, para superar la desastrosa situación a la que hemos llegado en lo económico, lo social, lo político y lo medioambiental, es necesario y urgente rebalancear la sociedad entre lo Público, lo Privado y lo Plural (como “plural” se refiere a organizaciones sin ánimo de lucro, cooperativas, asociaciones ciudadanas, etc. –algo similar a lo que podría ser la “sociedad civil”–).
En su análisis, 1989 marca un punto de inflexión con la caída del sistema soviético y la feroz ofensiva neoliberal contra todo lo que “suene” a Estado, identificando genérica e interesadamente a éste como sospechoso de “comunismo”. Alentadas por las políticas desregulatorias de Reagan y Thatcher, las grandes corporaciones presionan para privatizar lo público en un régimen extractivo de beneficios, argumentando que este sector no es “eficiente”, sino despilfarrador; convertidas en “ciudadanos” merced a las legislaciones cuya promulgación financian (principalmente en EEUU, pero no sólo), ganan poder a través de lobbys, donaciones en sobornos (legales o no), acuerdos oligopólicos para manipular precios y tipos de interés, y un largo etcétera, que les lleva, sin necesidad de votar, a elegir y hacer caer gobiernos (como fue muy evidente en Europa con las “primas de riesgo”), a imponer leyes a su favor… En definitiva, a destruir la democracia y, con ella, el sentido del Estado moderno.
Preso lo público de lo privado, Mintzberg pone el foco en lo plural como fuerza que puede rebalancear la sociedad, y, de forma particular, en la idea de comunidad como integradora de su desarrollo.
La inflación de lo individual
Sin embargo, el neomanagement es lo más opuesto a la idea de comunidad: Pone todo el acento en lo individual, si bien siempre referido a líderes y directivos, en el “hágase a sí mismo”, emprenda, cree su “marca personal”, y similares eslóganes. Para ello se despliega un enorme negocio de libros de autoayuda, seminarios de inteligencia emocional, sesiones de coaching, talleres de constelaciones organizacionales, cursos de liderazgo… En palabras de Byung-Chul Han:
«La psicopolítica neoliberal encuentra siempre formas más refinadas de explotación. Numerosos seminarios y talleres de management personal e inteligencia emocional, así como jornadas de coaching empresarial y liderazgo prometen una optimización personal y el incremento de la eficiencia sin límite. Todos están controlados por la técnica de dominación neoliberal, cuyo fin no solo es explotar el tiempo de trabajo, sino también a toda la persona, la atención total, incluso la vida misma. Descubre al hombre y lo convierte en objeto de explotación.» [2]
En ayuda de la propuesta de Mintzberg por el fortalecimiento de la comunidad acude el Marx de La ideología alemana:
“Solamente dentro de la comunidad con otros todo individuo tiene los medios necesarios para desarrollar sus dotes en todos los sentidos; solamente dentro de la comunidad es posible, por tanto, la libertad personal.”
El problema, en los tiempos en que vivimos, consiste en que la construcción de la comunidad es un proceso complejo, de largo alcance; algo tan ajeno a las soluciones cortoplacistas tan imperantes, al reinado de lo efímero. La solución más corriente que se propone en el management moderno –o no tanto– es la figura del liderazgo, que agrupa al rebaño en torno a sí para conducirle a las metas determinadas por el líder, pero es el poder de la comunidad, de lo común, quien debe ocupar ese espacio para poder hacer posible otro tipo de sociedad. De nuevo, en palabras de Mintzberg, «Let me repeat: we are in deep trouble and require radical renewal. People have to do it. Not “them”. You, and me, individually, and especially together. Not by focusing on what they do to us, as the objects of exploitation, but on what we can do ourselves, as the subjects of action. Not by having to expend so much of our energy fighting exploitation, as by using our resourcefulness to circumvent that exploitation. This will have to be our legacy, if we are to have any legacy at all.»
Cierto, estos planteamientos pueden sonar a muchos como romanticismo trasnochado, en la era en que la ideología neoliberal y sus artefactos disuelven todo lo sólido, lo consistente, lo comunitario, para ponerlo al servicio del capital financiero. Evidentemente, en una Sociedad económica y socialmente desregulada, es éste el que carece de fronteras, el que puede viajar –y lo hace– a la velocidad del rayo, el que se localiza y deslocaliza a su antojo. Las personas no, aunque constantemente se nos apele a ponernos en valor persiguiendo las migajas de capital que nos permitan sobrevivir como objetos –y sujetos– de explotación.
Evidentemente, la comunidad se constituye con personas que cooperan entre sí, que producen conjuntamente ligadas a un territorio donde viven, que desarrollan lazos de solidaridad y de afecto. Es difícil hablar de “comunidades virtuales” sin lugares de encuentro y sin lazos de afecto (de hecho, los movimientos del 15-M y similares se articularon en plazas, barrios y universidades). En euskera existe un término, auzolan, para referirse al trabajo comunitario que los vecinos desarrollaban solidariamente, construyendo casas, caminos, y otros bienes comunes.
El País Vasco tiene una larga tradición comunitaria. No es, pues, extraño que aquí naciera y se desarrollara un movimiento cooperativo que ha sido objeto de admiración y estudio en todo el mundo. Pero el origen y desarrollo de lo que luego se denominaría Corporación Mondragón tiene su origen en la construcción de comunidades de tipo local (Fagor en Mondragón, Ulma en Oñate…) y comarcal, que venían constituidas no sólo por lo empresarial, sino por lo educativo, por lo social, etc. (de hecho, la primera forma organizativa del Grupo Mondragón fue a través de lo que se denominaba “grupos comarcales”). Un ejemplo de construcción comunitaria basado en el reforzamiento de los lazos sociales y en el ejercicio de la solidaridad.
Tres aniversarios
En estos días estoy teniendo el placer y el honor de participar en tres aniversarios. Tres aniversarios de tres organizaciones muy diferentes, pero que tienen en común un fuerte sentido de comunidad que les ha llevado hasta hoy para celebrar los años transcurridos.
Empecemos por LAZPIUR, ubicada en la localidad guipuzcoana de Bergara, con unos cien trabajadores, que nació en 1914 (al inicio de la Gran Guerra) como un taller de calzado y que hoy fabrica máquinas especiales con avanzada tecnología y utillaje de precisión para forja. Celebraba el 5 de noviembre su centenario. Como todas las empresas, ha atravesado la crisis de los últimos años con dificultades, pero con un principio: No prescindir de sus personas, su valor principal. Y he sido testigo directo de que esto es mucho más que una frase al uso.
Cuando conocí a Miguel Lazpiur, Presidente y Director general de Lazpiur, me encontré con una de las peticiones de colaboración más estimulantes y emotivas que me han hecho en mi vida profesional. Miguel, en su estilo, en lo que él llama “la carta a los Reyes Magos”, me dijo: “Yo ya me estoy haciendo mayor y algún día tendré que jubilarme. No quiero que mi empresa se venda a ninguna multinacional, ni que abandone la comarca de Bergara. Quiero que siga promoviendo la educación y la formación, creando empleo y generando riqueza para la sociedad.” ¿Quién da más?
L’Olivera, una cooperativa agroalimentaria, que produce vinos y aceites de alta calidad, sita en Vallbona de les Monges (Lleida), un pueblecito que, hoy, apenas tiene cien habitantes, fundada en las postrimerías del franquismo por un grupo de jóvenes activistas procedentes de Barcelona, con el liderazgo e impulsión de un hombre, Carles Ahumada, que hoy es referencia obligada en el cooperativismo catalán, cumple 40 años. De nuevo, un ejemplo de unión del hombre y la mujer con la tierra, con un proyecto solidario, no exento de múltiples dificultades, pero que llega hasta hoy.
Hace poco me pidieron unas líneas para el libro de conmemoración que han publicado. Las reproduzco:
“La primera vez que llegué a L’Olivera, hace ya unos años, quedé impactado por la atmósfera que sentí: Una extraña sensación de estar encontrando un mundo perdido, pero añorado, al tiempo que ser transportado en un viaje futurista hacia una sociedad diferente. En el singular paisaje de Vallbona de les Monges, paisajes humanos y sociales albergando un proyecto socioempresarial, nacido en los estertores de la dictadura como un gesto de solidaridad con la tierra y las personas desfavorecidas. Un proyecto que, cuarenta años después, sigue perfilando un futuro diferente, alternativo, al que hoy nos ofrecen las políticas sociales y empresariales dominantes. Un mundo de solidaridad, cooperación y militancia, que no sólo no está reñido con el éxito empresarial, sino que lo provoca en forma mucho más completa, mucho más humana.”
Y el tercer aniversario: El año próximo la Sociedad Deportiva Eibar cumple 75 años. Nacida al final de la Guerra Civil en la localidad guipuzcoana de Eibar (que, por cierto, fue la primera en proclamar la República en España), ha transitado por múltiples escenarios hasta conseguir el milagro: Pasar en dos años de Segunda B a la Primera División de la Liga de Fútbol Profesional. Y lo ha hecho sin recursos económicos, en la población más pequeña de todas las que albergan a los equipos de primera y segunda, con un modelo de club absolutamente austero y responsable, sin deudas.
¿Su secreto? De nuevo, una fuerte relación con su comunidad, un ejemplo de honestidad en un sector tan necesitado de ella, y una fuerte identificación de población y jugadores con el orgullo de su club. Y, por supuesto, como manifiesta su actual entrenador, Gaizka Garitano, y que tuve ocasión de constatar recientemente en una conversación con miembros de la plantilla, la motivación, ilusión, dedicación, orgullo de pertenencia y no pocas veces sacrificio, de los jugadores. Como nos decía Garitano, ganar a los grandes sólo es posible contando con la familia del Eibar.
En fin, organizaciones longevas en un mundo de lo efímero. ¿Qué tienen en común? La idea de comunidad (o de familia, como lo suelen denominar ellos), la tierra, y las personas por delante de todo. ¿No tendremos que seguir construyendo comunidades para superar la barbarie a la que estamos sometidos?
[1] H. Mintzberg Rebalancing Society. Radical renewal beyond left, right, and center. Publicado en www.mintzberg.org el 28/02/2014.
[2] B. C. Han Psicopolítica. Herder (2014)
Casualidad acabo de leer un pequeño artículo titulado «Brevísima historia del significado de comunidad». Lo comparto por si aporta algo:
http://lasindias.com/brevisima-historia-del-significado-de-comunidad
Sea cual sea la definición que hacemos del término, parece claro que ese vínculo cercano e íntimo es poderoso, ¿no? Claro que luego cuando las cosas crecen…
Gracias, Julen, por tu comentario y tu aportación. Y no tengo muy claro que el crecimiento sea necesariamente negativo, aunque sí lo es cuando se convierte en la única razón de ser de una organización. Y este discurso es precisamente el que algunos próceres del Grupo Mondragón han trasladado al cooperativismo catalán…
Un abrazo
Dejar atrás el individualismo y practicar lo comunitario sin que eso signifique renunciar a lo personal sino que al contrario, lo signifique. Ese puede ser un buen propósito en el que seguir trabajando, sin esperar a que lo traigan los Reyes Magos.
Cuando te pones a ello, cuando abordas los trabajos rutinarios y reproductivos derivados del ser en plural, te das cuenta de lo que implica, del esfuerzo, del tiempo, de la corresponsabilidad, del cuidar y ser cuidado, del dar lo mejor de una misma y recibir lo que cada una necesita.
Decirlo es bastante fácil, hacerlo lleva más esfuerzo, a mi en WikiToki, sólo ocuparme de las compras cotidianas durante el mes que me toca, abrir el buzón, llevar ajustado el excel, ya me sobrepasa. Y darme cuenta de eso me gusta (a la vez que me estresa un poco más), porque te da una dimensión mucho más real de lo que es la vida y del ritmo al que es posible vivirla y disfrutarla, que esa imagen atropellada que se proyecta desde el capitalismo cognitivo.
Seguimos en ello!!
Gracias, Ricardo, por tu interesante comentario.
Yo creo en el «individuo» (o más bien el «dividuo», que decían Deleuze y Guattari) como parte consustancial de una comunidad que le forja y a la que forja: activismo personal y comunitario, al fin y al cabo la historia del progreso de la Humanidad.
Y sí, esta cultura que ensalza la individualidad y la «gestión de sí mismo» me parece que es la nueva forma de explotación del capitalismo cognitivo… Combatirla es esencial, aunque no sea fácil, porque, entre otras cosas, ha impregnado tantos planteamientos pretendidamente «progresistas»…
Alfonso: Me he pasado por aquí para leer tu artículo. También los comentarios. Coincido plenamente en la intención, el foco y el deseo, pero te confieso que todavía me cuesta ver el camino hacia lo que sugiere Richi de “practicar lo comunitario sin renunciar a lo personal”, y que está revoloteando en todo el post. Sigo viendo “lo comunitario” vs. “lo personal” como un dilema o dos objetivos en conflicto. Intuyo que puede ser un dilema falso porque ambos objetivos sean conciliables, pero las experiencias que he vivido son caprichosas.
Leer esto me viene bien porque ahora mismo estoy examinando el papel del “gen egoísta” (vs. el “gen social”) en los procesos de Inteligencia Colectiva, y me está costando aceptar que el primero tiene un peso mayor del que los “comunitaristas” le adjudican. Temo que mi análisis esté cayendo en esa cultura del individualismo que señalas en el artículo. No sé, pero es bastante intuitivo suponer que la motivación principal que mueve a la gente es, en primer lugar, cuidarse a sí misma y realizarse personalmente. Que el “gen social” sea el dominante parecería ser más una excepción que la regla. Por otra parte, la “gestión de sí mismo” tiene, como sabes, una doble cara. Hay contextos en los que hay que reivindicarlo como principio.
Muy de acuerdo con tu idea de “la unión con la tierra”. Me parece fundamental, y creo que es algo que puede salvar a muchos proyectos. Pero sin embargo, creo que la “solidaridad y militancia” están cada vez más reñidos con el éxito empresarial, porque el “éxito” que este sistema favorece va en otra dirección (el artículo de Mintzberg lo señala). Hay que hilar fino, muy fino, para nadar contra corriente y subir el río.
Me ha encantado el ejemplo que has puesto del Éibar, porque es un caso fantástico. Sigo el tema hace tiempo porque soy futbolero y por mis constantes viajes al País Vasco, y me declaro fan total del Éibar CF, precisamente por las razones que has descrito: “gestión absolutamente austera y responsable, honesta, y con una fuerte relación con su comunidad”.
Pues nada, seguiremos hablando del papel del “gen egoísta” en la estructura de motivaciones que mueve a la gente, sobre todo a la hora de implicarse en proyectos de inteligencia colectiva, porque ahora mismo siento que estoy un poco perdido 🙁
Gracias, Amalio, por tu interesante comentario. Tengo la impresión de que tenemos cierta tendencia a crear dilemas falsos que complican el razonamiento más que clarificarlo. Ciertamente, como todo en la naturaleza, nos desarrollamos en tensiones múltiples, en la elección, voluntaria u obligada, entre múltiples bifurcaciones. El hombre es un animal social y como tal mantiene una relación dialéctica entre la individualidad y lo colectivo, un debatirse continuo entre la positividad y la negatividad (no entendidas como razones morales, sino dialécticas), pero, como dice Marx, sólo puede realizarse en la comunidad.
En este debate secular entre el individuo y la colectividad, a mí me parece más útil situarnos en la contradicción entre narcisismo y erotismo, entre la autocontemplación y la entrega al otro que me realiza como amante y amado; entre el infantilismo y la madurez, al fin y al cabo.
Y no creo que solidaridad y militancia estén reñidos con el éxito empresarial -depende de lo que llamemos «éxito», claro-, sino que lo explican mucho mejor que tantas estúpidas teorías del management «moderno»(el ejemplo de Fagor me parece muy ilustrativo en este aspecto, para bien y para mal). Y he tratado de ejemplificar mi razonamiento con los «tres aniversarios» en tres entidades muy diferentes (una empresa familiar, una cooperativa para dar trabajo y dignidad a personas con discapacidad, y una sociedad deportiva -no se definen como club de fútbol-) pero con las que he participado como consultor y de las que he aprendido mucho. Cierto, los «propietarios» no se han hecho de oro, ni tienen yates ni palacios, ni cuentas en los paraísos fiscales, pero… ¿es eso el «éxito empresarial»? ¿O lo es perdurar creando riqueza y dignidad social? Por mi parte, sin duda, me quedo con lo último.
Precisamente el Eibar, con quienes estamos trabajando como consultores, presenta un ejemplo muy interesante, continuamente resaltado por su Presidente Alex Aranzabal: Ser diferentes, no seguir la corriente, crear un modelo de gestión original, propio. Sin ello es evidente que no estarían donde están, ni estarían proyectando la imagen que hoy pueden proyectar.
Pues seguimos, Amalio, gracias de nuevo y un abrazo.
Me ha gustado mucho el quiebro hacia narcisismo y erotismo, infantilismo y madurez. reconocer la reciprocidad del amante que desea también ser amado. Y esa necesidad es algo que no creo sea egoista, sino social y que debemos cultivar. En copylove hablamos de Hamor (con H de dejarse habitar sin ser colonizad*s).