El valor que aporta la pesca

Las modas se quedan en lo superficial. Tienen mucho poder y llegan a crear formas de pensar e incluso de sentir, pero, como decía, tienden a quedarse en lo superficial pudiendo arrasar con lo verdaderamente auténtico. 

Toda actividad económica ejerce un impacto en nuestro entorno, en el medio natural. Esto es algo que no podemos impedir. Pero hoy sabemos que los impactos que ejercemos en el medio tienen que suavizarse, que tenemos que cambiar formas de desarrollo y de consumo para que, aunque suene trágicamente exagerado, nuestro planeta pueda seguir sirviéndonos de lugar de residencia.

Muchos autores son pesimistas y hablan de la humanidad que se autodestruye. Pero, desde una actitud responsable, nos corresponde actuar en lo que buenamente podamos, manteniendo la esperanza de que seremos capaces de orientar esta tendencia, de lo contrario viviríamos sintiendo que como humanidad vamos adentrándonos en un túnel que nos lleva al precipicio de la aniquilación, una sensación con la que, a mi parecer, no es posible vivir.

Tras este preludio, voy a hablar sobre pesca. Alguno –guiado por las modas del ecologismo superficial y vacío- puede pensar: ¡Ah! Pues la pesca es una actividad que ejerce un impacto directo sobre el medio, por lo que debería desaparecer, y debemos promover la acuicultura, más humana, menos salvaje y más ecológica.

El presente artículo pretende desmontar precisamente ese tipo de pensamientos. Simplemente, pensemos sobre la agricultura y la ganadería, que ejercidas de forma más industrial, producen casi siempre más impactos y resultan menos ecológicas. ¿Por qué entonces nos empeñamos en colocarle la etiqueta de actividad no ecológica a la pesca cuando su alternativa tiene altas probabilidades de serlo mucho más?

No voy a hacer una enumeración de los impactos que la acuicultura podría producir, tanto al medio, como a la salud. Sí quisiera motivar que se reflexione sobre ello. En definitiva, no trato de desacreditar esta actividad, sino de poner simplemente a la pesca en el lugar que le corresponde. La principal aportación de valor que nos hace la pesca consiste en que nos hace llegar a nuestras mesas, a nuestras dietas, unos productos de gran valor nutritivo y atractivas cualidades organolépticas. El pescado es recomendado por nutricionistas y médicos como alimento indispensable para una dieta sana, variada y equilibrada. Los cambios en los estilos de vida van determinando lo que sería nuestra dieta ideal. Así, la disminución del trabajo físico es un factor que influye decisivamente en la necesidad de aumentar la proporción de pescado en nuestra dieta.

La cocina tradicional cuenta con exquisitos platos con base en pescado. Además, los cocineros más creativos innovan continuamente explorando sobre nuevas combinaciones y formas de preparación y descubriéndonos texturas y sabores que amplían las posibilidades gastronómicas de los productos de la mar.

Como todos sabemos la alternativa a la pesca resulta más pobre en todos estos aspectos. Tiene, por el contrario, la ventaja de que su producción se puede planificar, mientras que la incertidumbre sobre capturas futuras es un handicap que dificulta enormemente cualquier tipo de acción comercial para la actividad pesquera. Confío sin embargo en que las nuevas TIC, la información a tiempo real, nos vayan brindando interesantes posibilidades y oportunidades en este sentido para que la pesca pueda aportar más valor a su comunidad, traducido en pescado de mayor calidad y frescura en puntos de venta.

Pero todo esto choca con la idea de aportación de valor comúnmente extendida. Parece que tenemos desfigurada por el ecologismo superficial –entiéndase que no tengo nada contra el ecologismo auténtico, que merece todo mi reconocimiento y apoyo– y por algunas ideas incrustadas en nuestra mente dentro de la lógica capitalista, la aportación de valor que realiza una actividad a su comunidad. En este sentido, la pesca queda en “puestos de descenso” cuando utilizamos estos medidores de valor superficiales, pudiendo llegar a afirmaciones como que la pesca es una actividad no propia de un país avanzado, que es un sector en vías de desaparición, en definitiva, que no aporta valor y que además lo detrae por su impacto en los ecosistemas marinos.

Este artículo pretende ante todo ser un alegato contra ese tipo de ideas. Los que conocemos y trabajamos en este sector sentimos que es un sector que aporta un gran valor, no ya sólo desde el punto de vista de hacernos llegar un producto necesario para nuestras dietas y de altísima calidad, sino por su historia, por su bagaje cultural, por todo lo que ha representado para los pueblos costeros, y porque aún hoy sigue siendo –en la medida en que sus formas de trabajo se adecuan a lo que sabemos en el siglo XXI–, un sector que puede ser muy atractivo para los que nos desenvolvemos en él y puede aportar un gran valor a la comunidad que le rodea y a toda la sociedad.

La pesca es un trabajo ligado a la naturaleza. Las condiciones meteorológicas, el día y la noche, un cardumen de peces que ha tenido la “amabilidad” de aparecer al costado, las especies migratorias que sólo se acercan a nuestras costas en determinadas épocas del año, las condiciones del ecosistema marino, etc. marcan en gran medida los tiempos de trabajo y de descanso.

En este sentido, se aleja de los trabajos de tipo cadena de montaje en los que el reloj limita y domina programando las tareas repetitivas. La pesca no se vive así. Es un trabajo más creativo y más vivo, donde el pescador se apropia de su trabajo, máxime cuando existen formas de retribución a la parte (es decir, variable en función del volumen de capturas y ventas) muy extendidas en el sector.

Los pescadores son una fuente de conocimiento sobre el medio marino, tanto por lo que ellos mismos experimentan, como por el conocimiento que han heredado de sus predecesores. No olvidemos que son, por ejemplo, la principal fuente de información de la que se nutren los centros tecnológicos que trabajan el tema marino.

Con todo lo expuesto, si pudiéramos establecer rankings de aportación de valor de las distintas actividades económicas, la pesca podría estar en la cabeza de este ranking, ya que su teórica aportación de valor es incuestionable. Podría también estar en la cola, incluso, ser una actividad detractora de valor. ¿De qué puede depender que esta actividad aporte gran valor a la sociedad, aporte menos, o se lo detraiga?

Según mi reflexión, el valor que aporta la pesca es mayor en la medida en que mejor se cumplan las siguientes condiciones:

  • En la medida en que se ejerza de forma responsable, es decir, pescando como máximo aquella cantidad que no ponga en peligro la supervivencia de la especie objetivo. Nótese que si evaluamos la aportación de valor de un grupo determinado de barcos (la flota de un puerto, un subsegmento, etc), normalmente el hecho de que se pesque más de la cantidad que garantice la perdurabilidad de una especie o no, dependerá también de cómo ejerzan la pesca otras flotas que se dirijan igualmente a esa especie objetivo. Es decir, que desgraciadamente el ejercicio de una pesca responsable por parte de un segmento de flota no garantiza la sostenibilidad del stock. 
  • En la medida en que no ejerza impactos –o sean mínimos y asumibles– que produzcan daños colaterales a otras especies o ecosistemas marinos o costeros.
  • En la medida en que nos haga llegar un producto de máxima calidad, que dependerá de que los sistemas de pesca utilizados y las formas de manipulación y conservación a bordo garanticen la máxima calidad.
  • En la medida en que el producto que nos haga llegar guarde una adecuada relación entre precio y calidad.
  • En la medida en que las formas de trabajo que se desarrollan en esta actividad sean atractivas y enriquecedoras.

Por tanto, ante una percepción perversa de la pesca que la ve como perjudicial, dañina y que tiene intereses contradictorios con la sociedad, propongo desterrar esa idea por falsa y vacía, y ahondar en las cinco condiciones antes enumeradas como vía de propiciar el desarrollo de los distintos subsectores pesqueros hacia una mayor aportación de valor a la sociedad, dejando a un lado vías parciales que lamentablemente quizá no consiguen más que hacer que se consoliden los problemas estructurales ya existentes.

Publicado en

Artículo de Maite Darceles publicado en la revista Ruta Pesquera, nº 64, sept/oct. 2007

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