La mundialización como estado final del capitalismo no ha venido acompañada del “mundo feliz” que los intelectuales orgánicos del sistema anunciaban, sino, más bien, de un creciente malestar, de incertidumbres, de injusticias patentes, de soledad, de sentimientos de impotencia y miedo… En este contexto multitud de movimientos tratan de encontrar vías de superación de la situación o líneas de fuga para huir del malestar.
Sin embargo, un problema permanece, firmemente anclado en nuestros idearios histórico-culturales, que entorpece, cuando no bloquea, nuestros bienintencionados intentos: la necesidad de tener diseñada la alternativa de futuro para poder realizarla (sus resonancias con el determinismo histórico son evidentes…). Sostengo que, una vez concluida la subsunción real del trabajo en el capital, esta añorada alternativa es puramente ilusoria, por lo que, en mi óptica, las transformaciones irán emergiendo desde la combinación caótica de miles de iniciativas, en combinaciones no predecibles a priori. Y no puedo resistirme a citar la predicción que el gorila hace a su pupila de doce años en el libro de Daniel Quinn, My Ishmael sobre la revolución que alumbra:
no ocurrirá toda de súbito…
se realizará poco a poco, por personas que trabajen basándose cada una en las ideas de los demás…
no será dirigida por nadie…
no obedecerá a la iniciativa de ningún cuerpo político, gubernamental o religioso…
no tiene meta establecida de antemano…
procederá sin ningún plan…
recompensará a los que fomenten la revolución con la moneda de la revolución.
Entonces podemos preguntarnos: ¿dónde están los indicios, las pistas que pueden conducir a la transformación? Creo que ante nuestros ojos, aunque nuestra forma (tradicional) de enfocar el análisis de la realidad siga velándolos.
TRABAJO COGNITIVO
Un fenómeno determinante de nuestra era lo constituye la conversión del trabajo cognitivo en factor tendencialmente masivo de producción. Toda la historia de la Humanidad es la historia del trabajo cognitivo (el cazador, la madre, el pastor… son trabajadores del conocimiento), pero la era industrial se fundamenta y desarrolla sobre la eliminación del trabajo cognitivo, sobre la reducción masiva del trabajo a lo físico (terminologías como “mano de obra” son significativas en este sentido), sobre el dominio de la cadena de producción en el proceso productivo. Todo atisbo de inteligencia o emoción interrumpen la cadena de producción, como tan magistralmente lo mostró Charles Chaplin en Tiempos modernos. Pero los procesos de automatización e informatización de la producción han conducido, inexorablemente, a que el trabajo, para ser (productivo), sea de tipo cognitivo.
Por trabajo cognitivo no entiendo el trabajo académico, o el sustentado en títulos universitarios, sino todo aquel en el que confluyen, de manera indistinguible, los pensamientos, emociones y acciones del trabajador; es decir, la persona en su totalidad. Y hoy es evidente que, desde el manejo de una máquina a la prestación del más humilde servicio, es el trabajo cognitivo el que entra en juego. Es decir, el desarrollo de nuestras empresas e instituciones depende de la realización del trabajo del conocimiento, y sólo secundariamente de máquinas y tecnologías (que, al fin y al cabo, no dejan de ser herramientas en manos del trabajador).
Y aquí empiezan las paradojas. Pues el conocimiento (entendido como pensamiento, emoción y acción) es libre en su despliegue (yo puedo ser influenciado, pero nadie puede decidir por mí qué deseo, cómo pienso, qué decido) y lo hace siempre en forma de cooperación social, en el contexto donde se realiza el acto productivo, sea este del tipo que sea. Es decir, la producción a través del conocimiento adopta formas de autoorganización en torno al acontecimiento de producir, de crear lo que antes no estaba. Pero, entonces, ¿qué valor aportan la propiedad y sus representantes en las estructuras jerárquicas?
En la era industrial, la propiedad invertía en terrenos, edificios y máquinas y alquilaba fuerza de trabajo adscrita a estos; pero hoy, cuando el factor masivo de producción es el trabajo cognitivo, ¿qué posee la propiedad? (Pues, como hemos dicho, el conocimiento, los deseos, las formas de cooperación, las redes relacionales… que se entretejen en torno al trabajador cognitivo no pueden ser poseídos ni ordenados más que por este, siempre en su interrelación social). Posee un título jurídico que le permite sobredeterminar el acontecimiento productivo, el hecho de crear riqueza, a través de organizar, no la producción, sino la conversión a valor (monetarizable) del fruto de la misma (la mercancía), y así garantizar, en una u otra medida, el proceso de acumulación.
Y quiero hacer notar un aspecto fundamental: esta característica de la propiedad no es exclusiva, ni mucho menos, de la llamada empresa capitalista, sino que, inserta en la lógica del sistema capitalista, con unas u otras modalidades, impregna otras formas de propiedad, como las de tipo estatal (no olvidemos que la propiedad de los medios de producción por el Estado en las economías del “socialismo realmente existente” produjo –y produce– formas de explotación del trabajo tanto o más brutales que en los países capitalistas) o las de la economía social y cooperativa. Para lo que voy a argumentar a continuación quiero dejar claro que no dudo de que haya matices –más benignos o más crueles– en las expresiones y prácticas de los diferentes modos de propiedad, pero sí afirmo que su esencia no es diferente.
Retengamos esto: el trabajo cognitivo, en su realización en el hecho productivo, tiende a autonomizarse de cualquier instancia que no sea la cooperación entre productores, y sólo a posteriori su acto productivo es traducido a la conversión en moneda, sea en tipo del precio de la mercancía generada, en tipo de salario o en tipo de plusvalor. Y valga una observación final, sobre la que no puedo extenderme: El trabajo cognitivo quiebra el tiempo de trabajo como base del contrato y, en consecuencia, la concepción del salario ligada al tiempo de trabajo. Ni tiempo ni salario quedan ya relacionados directamente con el trabajo, constituyen tan solo un efecto de la mediación social.
COOPERACIÓN
A diferencia del trabajo meramente físico, centrado en los micromovimientos, en la tarea, en el puesto (la dependencia de la máquina), el trabajo cognitivo despliega una serie de cualidades de especial interés. En primer lugar, así como el trabajo físico se consume en la mercancía producida, el trabajo cognitivo produce la mercancía al tiempo que se reproduce en el acto productivo; es decir, el hecho productivo del trabajo cognitivo produce siempre un excedente en forma de conocimiento. Se aprende actuando, viviendo, cooperando. Y este excedente se despliega tanto en posteriores actos productivos como en el complejo de relaciones sociales y vitales del trabajador.
De forma natural, evidente, la cooperación es el aspecto sustancial del despliegue del trabajo del conocimiento, pues este sólo adquiere potencia y sentido en su interacción social y sólo puede reproducirse en esta. Pero esta cooperación exige ciertos grados de libertad: yo coopero mejor con unas personas que con otras, mejor en unos ambientes que en otros. En esto influyen afectos, deseos, emociones, empatías… ¡Todo tan ajeno a nuestra racionalidad económica, educativa o política! Por tanto, uno de los fines de las formas autoorganizadas de producción consiste en generar contextos favorables, proclives, al éxito del trabajo en cooperación.
Más o menos difusamente, en el origen de las cooperativas (como forma jurídica de empresa) ha existido algo de esto. A ello se ha unido, particularmente en el movimiento cooperativo de Mondragón, la declaración fundacional del predominio del trabajo sobre el capital, la propiedad asignada a los socios trabajadores, el principio democrático que asocia el voto igual a cada socio, independientemente de su parte de capital, y rasgos de solidaridad laboral y social.
Sin embargo, un aspecto ha permanecido inmutable: la esencia del trabajo y de su organización no se ha modificado. Se ha seguido considerando que las formas de competir a través de la estructuración tradicional del trabajo (como ocurrió en las economías del “socialismo realmente existente”) eran lo natural, lo transhistórico, y que las formas de liberación y democracia debían situarse en las esferas de la propiedad colectiva de los socios trabajadores y en el poder supremo de la puntual –en el tiempo– Asamblea. El concepto tiene claras similitudes con la idea de la democracia representativa: ya que las masas incultas no pueden ejercer la democracia en sus acontecimientos diarios, deben delegar sus preferencias y voluntades en esferas que no sólo les son ajenas, sino que se les superponen. Y, eso sí, tendrán derecho a votar cada varios años…
Desde este enfoque, el cooperativismo no representa ninguna alternativa real al capitalismo, sino que forma parte de su lógica aunque presente algunos rasgos más “humanitarios”. Ha modificado la participación en la propiedad –esto también lo ha hecho el capitalismo a través de fondos de inversión, fondos de pensiones, y similares–, pero ha mantenido lo que yo considero la esencia del sistema: la estructura y dominación de formas de trabajo alienadas allí donde ya están contenidas las potencialidades de su liberación, por compleja que esta sea.
Por tanto, propongo otra reflexión: en gran medida, la subversión de la dominación capitalista está contenida en el potencial transformador del trabajo cognitivo y de las redes de cooperación que este despliega para su realización tanto en el ámbito de la producción de riqueza como en sus formas de socialización, y no en la modificación parcial de las formas y modos de apropiación del valor monetario que este genera.
DEMOCRACIA
Cabe, por tanto, preguntarnos qué significa la democracia en el ámbito de la producción y, por extensión, en la socialización/politización de la producción biopolítica. En palabras de Postone 1:
La contradicción estructural del capitalismo […] no es la contradicción entre la distribución (el mercado, la propiedad privada) y la producción, sino la que emerge como contradicción entre las formas existentes de crecimiento y de producción y las que podrían ser si las relaciones sociales ya no estuvieran mediadas de forma cuasi-objetiva por el trabajo y si, por lo tanto, los individuos tuvieran un mayor grado de control sobre la organización y la dirección de la vida social.
Prácticamente todos los intentos de modificar la evolución de nuestras sociedades giran en torno al núcleo central de la producción cognitiva, sin penetrarla nunca: tipologías de propiedad, ética corporativa, sistemas de gestión, instituciones cada vez más supraestatales… Sin embargo, es en la radical mutación que ha sufrido la esencia del trabajo donde están los indicios para la transformación de la producción y de la sociedad.
En efecto, el acto de la producción cognitiva es genuinamente democrático: no es la norma, la repetición, quienes lo determinan, sino la incidencia, lo inesperado, el acontecimiento, al fin y al cabo. En estas condiciones, el equipo de productores tiene que actuar, decidir, aprender sobre la marcha, cooperar, en suma. Y en este proceso se generan las mercancías pero, como producción adicional, conocimientos, relaciones, complicidades, amistades… que se proyectan inmediatamente en los siguientes procesos, en los siguientes acontecimientos… ¡y así sucesivamente! La mediación del valor monetario es exterior, conteniendo un a posteriori en forma del precio de la mercancía y un a priori en forma del contrato laboral –con su salario asignado– establecido. Pero en el acto productivo ninguno de ellos opera…
Por tanto, a diferencia de la cadena de producción, el trabajo cognitivo contiene un potencial de extraordinaria importancia: todo lo producido es realizado por la potencia de los productores directos, de quienes se implican en ello, y, a su vez, quedan reproducidos en un incremento de su potencia en cada acto productivo. Todo lo que se despliega en su exterioridad son formas de traducir el trabajo y la riqueza generada a formas de valor de cambio, a formas de intermediación monetaria.
Y ahora desembocamos en otro concepto que bloquea sistemáticamente los intentos de democratización del trabajo: la identificación artificiosa entre riqueza socialmente generada y su traducción obligada, para ser valorizada socialmente, a términos monetarios. La tiranía de la famosa mano invisible del mercado (que, como irónicamente dice Stiglitz, es invisible porque no existe) ha invadido ideológica y prácticamente toda actividad social y personal. En nuestros actos productivos, en nuestras relaciones sociales, en lo que proyectamos en nuestras relaciones personales, en formas de afectos, deseos, iniciativas, actos… se producen formas de riqueza material, cultural, espiritual que no son –ni maldita la intención que tenemos de que lo sean– traducibles a términos monetarios, pero son nuestras y de los nuestros…
Así, alcanzo una conclusión, sin duda discutible: la democracia en la producción procederá desde la apropiación por parte de los productores de su trabajo en toda su dimensión (física, cognitiva, relacional, social…) y del apoderamiento (del ejercicio consciente de su poder) sobre ella y sobre sus derivaciones sociales. Las condiciones para esta apropiación y este apoderamiento ya están dadas en la naturaleza del trabajo cognitivo, aunque todavía insertas en la lógica del capital (lo que Virno llama el comunismo del capital), pero es necesario conceptualizarlas, teorizarlas, como una forma esencial de liberación.
La conciencia del trabajador y de los equipos de productores de su potencia –todo lo producido sólo es producido por él y por ellos, lo demás es sobredeterminación– es consustancial a la toma de conciencia de que, frente a los cantos de sirena de las globalizaciones que nos invitan a ser obedientes y felices consumidores, el poder de hacer, de transformar, reside hoy en todos nosotros, en nuestras relaciones sociales, en nuestras redes de comunicación, en nuestras decisiones y nuestras acciones. En palabras de Virno 2:
Aristóteles había dicho que las formas de vida del ser humano eran tres: trabajo –poiesis–, política –praxis–, y vida teorética –pensamiento puro–. Bueno, yo creo que otra de las grandes innovaciones del postfordismo y de la multitud es que existe una confusión y una superposición entre estas tres formas de vida: el trabajo contiene en sí muchos aspectos del pensamiento y de la política.
Y en este sentido, este apoderamiento de nuestra potencia comunitaria, colectiva, puede extenderse al conjunto de nuestra vida social y política, donde, no lo olvidemos, también están anclados los viejos principios de la exterioridad, la obediencia, la repetición. Si somos conscientes de que podemos, de que ya podemos, creo que lo haremos.
Referencias bibliográficas
1 Postone, M. “Repensando a Marx (en un mundo post-marxista)”, en B. Lahire y otros (2005) Lo que el trabajo esconde, Traficantes de Sueños
2 Virno, P. (2003) Gramática de la multitud, Traficantes de sueños