Hace unos meses recibí una de esas llamadas con las que se inicia un nuevo y apasionante camino de colaboración. Se trataba del presidente de una cooperativa cántabra. El proyecto del que me habló sonaba muy bien, un cohousing senior, y querían darle una vuelta al tema de la organización y participación. Nos emplazamos para una cita en Bilbao, a mitad de camino; y allí me reuní con Nemesio, Aurelio, Severo y Ricardo, cuatro miembros del Consejo Rector. Me encantó el proyecto Brisa del Cantábrico, una cooperativa de personas usuarias, que contaba ya con más de cuatrocientas socias de distintas edades, el cohousing senior más grande a nivel estatal que se está proyectando en estos momentos. Me explicaron cómo han diseñado el proyecto para mantener un equilibrio en las edades: se ha fijado un número máximo de personas socias de pleno derecho por año de nacimiento, concretamente, 14 personas por año; de manera que en todo momento exista una distribución equilibrada por edades, y, por ley natural, esto conllevará una alta probabilidad de que los grados de dependencia estén también equilibrados. Esto es importante porque la manera en que se aborda la gran dependencia en este proyecto es única: cuenta con unidades específicas, cuyo coste se sufragará de forma solidaria entre las personas socias.
Me contaron que ya habían comprado los terrenos (en una ubicación que más tarde tuve la oportunidad de comprobar que reunía unas características excepcionales) y que tenían elaborado también el proyecto arquitectónico. Solo faltaba la inclusión en el Plan General de Ordenación Urbana ‒que se estaba retrasando por trámites burocráticos‒ para empezar a construir y poder disponer en breve de la comunidad residencial que tenían proyectada, dotada de una combinación de espacios privados ‒viviendas individuales‒ y comunes. Todo esto y mucho más hace que el proyecto enganche y haya largas listas de espera en algunos años de nacimiento. También he podido comprobar que muchas de las personas socias esperan con ansia el día en que se abran las puertas de Brisa del Cantábrico para mudarse a vivir allí.
Desde el principio me cautivó la idea de que un grupo tan amplio y variado de personas ‒y no precisamente jóvenes‒ estuvieran reflexionando de forma proactiva sobre su futuro, construyendo una alternativa a las opciones que, de otro modo, les esperan, con la clara intención de mantener su autonomía, su capacidad de decisión y una forma de vida activa y en contacto con la comunidad, hasta el final. Es muy potente la idea de que las personas aborden su futuro de manera colectiva. Y lo es mucho más, si con “futuro” nos referimos a la última etapa vital. En general, no solemos utilizar frases como construir, soñar o diseñar el futuro conectadas con esa etapa vital. La imagen de un colectivo de personas mayores empoderadas rompe estereotipos y genera simpatía, como lo haría una película de rebelión ambientada en un geriátrico. Parte de los protagonistas de esta iniciativa coinciden en edad con quienes vivieron en primera persona aquel mayo francés del 68. Quizá les venga de ahí su espíritu rebelde.
Construir comunidad, construir colectivo es siempre algo positivo, algo que hemos de poner en valor y potenciar siempre que podamos, ahora que los lazos comunitarios se deterioran, lo que suelen coincidir en destacar los analistas sociológicos contemporáneos, que nos describen una sociedad cada vez más individualista, más centrada en que cada cual se oriente a resolver sus asuntos, y que genera disfunciones por cuanto que el ser humano es un ser social y necesita de los demás para vivir, para desarrollarse y para alcanzar su plenitud. Ya los filósofos de la antigüedad hablaban de un concepto, la eudaimonía, que convendría rescatar. Se refiere a una concepción de la felicidad que deriva de una vida plena, llena de significado y de conexiones profundas con uno mismo, con las demás personas y con lo que nos rodea.
La edad tiene desventajas. No hace falta que las subrayemos, las conocemos, pero tiene también sus ventajas, como la experiencia de toda una vida vivida, que ofrece sabiduría y consciencia. Este colectivo, partiendo de su propio recorrido vital, sabe qué tipo de relaciones quiere mantener, y sabe que generar un ecosistema democrático y participativo no es tan sencillo, pero sabe, también, que será la base de su calidad de vida, tanto en términos de la atención centrada en la persona como en términos de eudaimonía.
Es un placer, por tanto, acompañarlos en la construcción de unas bases sólidas de su proyecto común en las que se asienten unas formas de participación, organización y gestión que permitan que el proyecto vaya desarrollándose en la forma en que el colectivo, no solo decida, sino que realmente quiera.
Y miro al futuro y veo otras iniciativas que nacen de las voluntades conjuntas de otros grupos de personas. Tienen a Brisa del Cantábrico y a otros proyectos colectivos como referentes, y, como estos, van construyendo sus proyectos comunitarios, haciendo realidad sus sueños.
(*) Las imágenes son de una de las sesiones de este proceso, en Madrid el pasado junio.