Buscar la gran idea, la revelación que nos permita salir de una situación de aparente inmovilidad. Ser capaces de recrearnos. La panacea de los tiempos actuales es la innovación, ese concepto tan hablado y de forma tan diferente interpretado.
La imagen de la innovación está asociada con una expresión: eureka!!. Y tras ella, con el descubridor, esa persona aislada en su mundo, enfrascada en sus pensamientos y con una capacidad intelectual superior a la media (o que ha tenido suerte).
En mi opinión, o cambiamos esa imagen como reflejo de la innovación o será cosa de otros, de los capaces, y éstos no son muchos, más bien contaditos. En definitiva, que no los encuentro en mi mundo.
Y, entonces, ¿qué?, ¿cómo posibilitar el máximo de oportunidades de generar innovación en una organización?.
No existe nada sin el exterior. La mirada debe ser hacia afuera, a lo que ocurre en los límites que se ponga la propia organización. Expandirse fuera de ellos, superarlos de un modo continuado, conectarse y volverse a conectar. Esperar, estando activado, que de esas conexiones surja la oportunidad.
El camino se hace al andar. Entendiendo que en un momento no determinado va a surgir, a modo de revelación, un entramado de referencias inicialmente dispersas que toman forma. No se trata de seguir un camino planificado de antemano. El camino se va construyendo mientras se transita, en sus aparentes avances y retrocesos. La linealidad es enemiga de lo nuevo porque su germen es la rutina y su objetivo la replicabilidad. Hace falta situarnos en lugares donde no estábamos ni estuvimos previamente, para ver cosas que antes no podíamos ver.
El deseo es el combustible. Lo que nos hace apreciar elementos sin aparente sentido especial para otras personas, afrontar las dificultades, mantenernos en estados de incertidumbre, intentar algo no conocido, buscar salida a situaciones inesperadas … es el deseo, el querer, el hecho de que nos interese. Sin ese alimento, ¿por qué vamos a enfrentarnos a lo desconocido?.
Lo nuevo se encuentra tras los márgenes. Movernos en lo conocido, en la rutina de lo dominado, en la limitación de lo inesperado, en el ajuste a lo que debe hacerse, en la interrupción de la aparente desviación no es el espacio de la innovación. Es más, se encuentra fuera de ese terreno.
El fracaso es inseparable de la innovación. Aflorar de una idea una innovación es imposible. Se requieren múltiples (diversos, al menos) intentos para obtener una recompensa. Lo que no es recompensa, es fracaso y su existencia está aparejada a la posibilidad del acierto.
Actuar y, después, teorizar. El suceso tiene que ver con la acción. Las consecuencias nacen tras la práctica. El análisis ayuda pero no puede dominar el desarrollo de lo desconocido. No se lo exijamos. La capacidad de análisis se refuerza con la actuación. Van unidos, acción y reflexión. Actuemos para aprender.
Y no olvides la constante presión por «innovar», que hace que compitamos en una carrera de la rata donde no hay final. ¿No lo hay? A lo mejor no es exactamente esa la carrera en la que debamos participar. O simplemente deberíamos dejar de endiosarla y hacerla más humana, reconociendo que es positivo que no todo el mundo debe ser innovador.