Una frase muy repetida por nuestros políticos acá y acullá, refiriéndose a la situación económica, es la de “¡estamos en el buen camino!”. ¡Albricias! Pero yo, como ciudadano, tengo también el derecho a preguntarme (y a preguntarles, aunque sé que no contestarán) “el buen camino, ¿hacia dónde?”.
En realidad, a lo que se están refiriendo (y utilizando electoralmente) es a que nos encontramos en un cambio de ciclo económico, que ellos achacan a su buen hacer como gestores. Desde mis ya lejanos años en la Universidad aprendí que en la economía hay ciclos y hay estructuras subyacentes (territoriales, educativas, sociales, políticas, equilibrios de poder, composición relativa de los sectores productivos…) que explican a largo plazo su evolución. Y estas estructuras han quedado gravemente dañadas, como lo atestiguan los índices de paro, de pobreza, de desigualdad, de empleo precario, por no hablar de la educación, la sanidad, la investigación, la cultura y un largo etcétera.
La calificación del camino como “bueno” la realizan nuestros gobernantes basándose principalmente en dos índices coyunturales: la evolución del PIB y la recaudación de las haciendas públicas (con sus efectos sobre el déficit). Es decir, en la marcha del camino hacia atrás, a lo que fueron y ya no son. No es casual que mientras Merkel condena a Grecia alabe a Rajoy como estupendo alumno de sus políticas.
Pero lo que nuestros políticos ignoran, o púdicamente no quieren ver, es algo que, de repetido, ya suena a tópico: esta crisis, equiparable a la del 29, es sistémica, es decir, del agotamiento del sistema de crecimiento y acumulación que se desarrolló desde los años 50 del siglo pasado. Y para que no lo olvidemos, ahí están las múltiples turbulencias que estamos viviendo estos días: China, Grecia, los llamados países emergentes, convulsiones bursátiles, caída en picado del precio del petróleo…, sin olvidar las brutales crisis humanitarias como la de los refugiados. Analizar cada uno de estos fenómenos por separado, como se hace habitualmente, es ceguera (sea interesada o no), es negarse a ver que estamos inmersos en la crisis de un sistema agotado, que no da más de sí, por mucho que diga el PIB…
Aunque es cierto que en Euskadi estamos en una situación algo más equilibrada que en el Reino de España, no debemos dejarnos arrastrar por las políticas imperantes: No estamos en el buen camino, tenemos que hacer nuestro camino. Considero necesario y urgente, antes de que nuevas oleadas de crisis nos engullan de nuevo, abrir un debate ciudadano sobre qué modelo económico y social queremos construir, queremos darnos a nosotros mismos. Al fin y al cabo, eso es lo que significa la política (construcción de la polis), la democracia (el gobierno del pueblo) y la autonomía (darse leyes a sí mismo).
Porque, como decía el poeta, “caminante, no hay camino/ se hace camino al andar”.