Casi por sorpresa, deslizándose por el estío, el espectro que todos veíamos vagar por el espacio, la gran crisis, la mayor desde hace decenas de años –si excluimos las guerras mundiales- se ha corporeizado. Y nosotros, pobres mortales que estábamos trabajando denodadamente el espíritu de la innovación, nos vemos abocados a una situación “ajena”, extrema, que pone en cuestión lo que estábamos diciendo y haciendo.
Como he venido sosteniendo reiteradamente, la enorme mayoría de los enfoques y herramientas pretendidamente “innovadoras” ignoraban púdicamente la naturaleza de la lógica del sistema imperante (la lógica capitalista, al fin y al cabo) y trataban melifluamente de adaptar sus posiciones a lo “políticamente correcto”, a aquello que pareciera aceptable por los bienpensantes, cuando no eran simplemente una forma de hacer negocio siguiendo la estela que imponía el pensamiento dominante. El resultado ya está a la vista.
Hemos vivido otras crisis cíclicas, la de los setenta (ruptura del dominio colonial), la de los ochenta (adaptación estructural y tecnológica) y la de los noventa (reestructuración ante los procesos de globalización), pero podemos preguntarnos: ¿Qué es esta crisis? Porque no es una crisis cíclica, en el sentido clásico del término, sino que, como ya han hecho notar destacados analistas, se “parece” más a la del 29; es decir, al derrumbe de un modelo de desarrollo capitalista cuyas bases eran de barro. En el 29 estuvo Keynes; ¿hoy?
En realidad, la crisis del 29 se prolonga durante toda la década de los treinta, con medidas de los gobiernos –peligrosamente parecidas a las que hoy, a toda prisa, se adoptan- que no hacen más que agravarla; por decirlo con un sarcasmo macabro, su “salida” fue la II Guerra Mundial, que destruyó capacidad instalada, seres humanos –disminuyendo el paro- y todo tipo de estructuras, creando así las condiciones para una elevada demanda de reconstruir lo destruido; y como lo destruido había sido de tanta magnitud, no vuelve a producirse ninguna crisis hasta los años setenta (la crisis del petróleo).
Al igual que la crisis del 29, la actual es una crisis del modelo de acumulación capitalista, no una crisis de demanda y oferta descompensadas. Durante veinte años, coincidiendo con el desplome del sistema soviético, nos han dado para vivir la alegría orgiástica del sistema capitalista triunfante, con su siniestra equiparación de mercado “perfecto” (aunque todos los poderes lo hacían implacablemente imperfecto), bienestar material (para quienes estaban bajo el paraguas, -y, desde luego, no para todos- de las economías desarrolladas) y… ¡democracia y libertad! Disentir de este evidente absurdo era considerado una “desviación” que debía tener una sanción, si no penal, sí civil. Así se han acallado voces, se ha reducido a la marginación a los críticos reales del sistema, se han abierto tribunas públicas para sus apologistas, y, lo que es más grave si cabe, se ha vaciado cualquier alternativa de la otrora denominada “izquierda”. El sistema vaga sin referentes ni contrastes…
La crisis del 29 se produce por la contraposición entre la acumulación que practica el capital frente a las rentas del trabajo, insuficientes para mantener la demanda, y, como consecuencia –como un tímido adelanto de lo que ocurre hoy-, las maniobras especulativas en Bolsa para mantener el ritmo de incremento de valor financiero. Esta crisis fundamenta la confrontación entre capital y trabajo. Sin embargo, la crisis actual, que se viene gestando desde hace varios años, no se basa en la mencionada confrontación, sino en otra cuya salida es enormemente más compleja: la escisión entre “economía real” y “economía financiera”, pero con la brutal subsunción de la primera en la segunda. De forma que la llamada esfera financiera opera con su propia lógica, ajena, más allá del corto plazo, a la economía real, con un único objetivo: Revalorizarse sin cesar, acumular sin límites.
Concluida la subsunción real de la sociedad en el Capital, dominado el planeta, colonizados los cuerpos del deseo (sea sano, sea atractivo, demuestre su estatus, conquiste a quien quiera con este perfume, esté a la moda, sea feliz, sea libre, y, de vez en cuando, busque su paz interior con los libros de autoayuda para no ver lo que ocurre a su alrededor…
), condenados a la pobreza dos tercios de la Humanidad –a no consumir, desde la lógica del capital, y, por tanto, a no producir nada de valor “monetario”, ni siquiera subjetividades más allá de las acciones de las ONG’s-, el sistema busca –como en el 29, no nos engañemos- fuentes de revalorización de sus activos financieros que, ya inevitablemente, pasan abiertamente a la especulación más feroz y, sin ambages, al fraude masivo “consentido” –no hay ninguna dificultad en añadir a ello, aunque suene “políticamente incorrecto”, las prácticas mafiosas (que, no lo olvidemos, en gran medida trafican con cuerpos y subjetividades) que mueven un porcentaje ciertamente llamativo del PIB mundial –[1]. El capital, en su ansia de acumulación sin fin, ha tenido que reducir todo a la medida (en términos monetarios): los cuerpos, las subjetividades, los deseos, el amor, la ilusión, el arte, la enfermedad, la desesperación, ¡incluso la pobreza! Sólo así puede calcularse su “valor de cambio”, destruyendo, por “obsoleto”, cualquier “valor de uso” ajeno a su lógica. “Valemos” el valor monetario que poseemos o generamos, nada más.
De esta forma se activa un antagonismo latente, aunque púdicamente oculto todavía; así como en el 29 el antagonismo se establecía entre patronos y obreros, el antagonismo hoy se establece entre la economía real, la generadora de valor y de riqueza, y la economía financiera/especulativa, que la engulle en sus movimientos especulativos. O, dicho de otra forma, entre la sociedad real y la sociedad virtual del Capital. Como estamos vivenciando en Euskadi, con una sólida base de economía real, el impacto de la crisis está todavía atemperado –aunque nos alcanzará, por supuesto-, evidenciando que no son nuestras malas prácticas las que la han producido, sino un vendaval externo, al modo de un fenómeno de la naturaleza, pero que no es natural…
Y no nos equivoquemos: también la idea de innovación ha venido sistemáticamente referida a esta lógica, a su reducción inmediata a la medida (en el corto plazo), incluso al absurdo ejercicio de anticipación de sus resultados. La innovación, promovida en el ámbito de la economía real, ha sido mediada y controlada por la esfera financiera de antemano. Hoy ya tenemos el desastre servido: No sólo no hemos innovado como esperábamos –ni de lejos- sino que el Gran Hermano que controlaba todo entra en bancarrota… Pero, ¿no era lo que, si no hubiéramos sido tan miopes y obedientes, debíamos esperar? ¿O debemos esperar a que, con el dinero de todos, se salve la situación de los amos especuladores y a que la historia se repita con tintes cada vez más graves?
En Euskadi estamos inmersos en numerosos debates sobre cómo convertirnos en una región europea puntera en innovación; creo sinceramente que tenemos que repensar de raíz las bases en las que estamos sustentando este esforzado intento. El escenario ha hecho explosión, y ahora nos toca construir desde nuevas premisas, desde nuevos enfoques, desde nuevos conceptos, desde una idea distinta de sociedad. Porque ya los viejos Estados-nación tienen poco que decir en este terreno –los construyó la misma lógica que ahora los reduce a su papel de comparsas impotentes de la Historia-, tenemos que recurrir a la vitalidad de la sociedad real, a sus ilusiones y deseos, para construir escenarios de generación de riqueza no limitados a la lógica monetaria y a la esclavitud que esta impone en beneficio de esos pocos “lejanos y desconocidos”. Como dije en algún artículo hace algún tiempo, innovar hoy es innovar el concepto de innovación. Y creo que, barridas las ficciones que nos han hecho ocultar lo que ocurría, interesada o ingenuamente, nos toca mirar de cara a la dura realidad y preguntarnos: ¿Ahora qué tenemos que hacer?
En el último libro que acabo de publicar (“Estrategias de la imaginación” GRANICA, 2008) trato ya estos temas, aunque aún no conocía la “explosión” del sistema, y aventuro algunas formas de tránsito para navegar la crisis. Concluyo, pues, con unos párrafos del Prólogo que Lorenzo Cachón hace al mismo.
En ‘El nuevo espíritu del capitalismo’, Boltanski y Chiapello (1999) señalan la necesidad de un espíritu para el capitalismo, sumando la perspectiva de Weber (razones individuales) con la de Hirschman (razones de bien común) y articulándola en torno al concepto de “justificación”. El espíritu del capitalismo serían representaciones y justificaciones compartidas que legitiman los modos de acción adecuados al principio de justicia dominante. De esta manera los autores quieren superar la oposición entre los que no ven en la sociedad sino relaciones de fuerza (Bourdieu) y los contractualistas (Ricoeur) que ponen el acento en el debate democrático de las condiciones de la justicia. Sobre el espíritu del capitalismo actúa fundamentalmente la crítica que se apoya, necesariamente, en cuatro posibles “fuentes de indignación” frente al capitalismo: a) inautenticidad; b) opresión de la autonomía y la creatividad; c) miseria y desigualdades; y d) oportunismo y egoísmo. Boltanski y Chiapello distinguen dos tipos de críticas: la “crítica artista” y la “crítica social”. Pero mientras la primera se alimenta básicamente de las dos primeras fuentes de indignación, la segunda lo hace de las dos últimas. En la parte final de El nuevo espíritu del capitalismo, Boltanski y Chiapello adoptan un tono propositivo y abordan el “despertar de la crítica social” y las indefiniciones de la crítica artista aportando elementos que deberían permitir la refundación de ambas si quieren seguir cumpliendo un papel influyente en el nuevo (espíritu del) capitalismo.
‘Estrategias de la imaginación’ se mueve entre una síntesis de la crítica artista y la crítica social pero, sobre todo, muestra el cambio de las bases sociales sobre las que se han construido los sistemas de trabajo y la lógica de las organizaciones (empresas y otras) en el mundo capitalista: las bases del poder y de la propiedad; en ese sentido está más cerca de Castells que de Boltanski y Chiapello, pero como se mueve en el campo de las críticas (artista y social)podríamos plantearnos si el texto de Alfonso Vázquez (y las aportaciones de algunos autores que cita) no nos están mostrando los primeros pasos del camino que conduce a una nueva “ciudad” (cité), más allá de la “ciudad por proyectos” de que hablan Boltanski y Chiapello, una especie de “ciudad del conocimiento”, cité en la que necesitaremos representaciones yjustificaciones compartidas que legitimen los modos de acción adecuados a un nuevo principio de justicia.
[1] Leo hoy en el periódico que McCain achaca la crisis financiera a los viejos círculos y la corrupción de Washington.
¿Alguien da más?