Ser innovadores para innovar

La idea de la innovación se abre camino con fuerza en los planteamientos políticos y empresariales. Parece la clave de la construcción del futuro. Pero, y al mismo tiempo, se observa con perplejidad que por mucho que se propague la idea, la capacidad innovadora se comporta de un modo terco y las innovaciones no llegan. No se consigue trascender la realidad y alumbrar nuevas posibilidades.

Además, por si fuera poco, en medio del discurso prevalente del management hacia la innovación que ha presidido los últimos diez años como panacea de todos los males, nos invade la crisis con  fuerza y en un formato desconocido. Y nos quedamos exhaustos, impotentes, sobrecogidos o quizás, ¿encogidos?.  Pero, ¿igual pensábamos que podríamos innovar sin ser innovadores?. Difícilmente podremos generar algo semejante a lo que carecemos. Por ello, la primera innovación debe realizarse en el interior, en la propia organización.

Una de las cuestiones fundamentales en un proceso innovador como elemento impulsor es el deseo. El deseo de construir algo diferente, alimento  básico para vencer las incidencias que van a emerger consustanciales con lo nuevo. ¿Cuánto deseo existe en unas organizaciones diseñadas para ejercitar, como un mecanismo, unas tareas predefinidas y ausentes de significado para quienes las tienen que acometer?.

Este es el primer requisito necesario para ser innovadores y su implicación es la ruptura con conceptos asentados en el supuesto buenhacer empresarial. En Hobest estamos convencidos de la necesidad de desarrollar esta nueva visión y de la capacidad de transitar hacia ella. Pero exige generar protagonistas en todos los niveles de la organización, crear organizaciones en las que las personas tengan el deseo de ser agentes activos de su construcción a futuro.

En el contexto de una revista como la que tienes en las manos dirigida de modo preferente, aunque no exclusivo, al mundo de la economía social parece que está de más plantearse esta cuestión. Resultaría quizás más propia en una publicación dirigida hacia un contexto empresarial más generalista.

En el ámbito de la economía social se ha hablado y se habla muchas veces de la participación. Esta implícito en su forma jurídica. Es más, desde una perspectiva legal se requiere la participación como una forma habitual de actuación en todas las organizaciones que pertenecen a la economía social.

Por ello, quizás se ha convertido en una de esas palabras cuya interpretación adquiere una aparente conformidad inmediata en cuanto a su significado con lo que no vale la pena entrar a debatirlo.

En consecuencia, no vamos a hablar de participación. Nuestro texto va a hablar del ejercicio del protagonismo de las personas en lo cotidiano, en la dinámica diaria de las organizaciones de cualquier tipología jurídica u orientación sectorial para desplegar la capacidad de creación innata. Lo que deben tener en común es exclusivamente que estén conformadas por personas. Y esas son muchas o todas, ¿no?.

Nuestra práctica en numerosas organizaciones nos ha llevado a una conclusión: los sistemas de trabajo habituales no están diseñados para impulsar el protagonismo de las personas, para desplegar su deseo sino para que realicen tareas en ausencia del significado de su trabajo. Situar el protagonismo como centro en el quehacer de la organización y como consecuencia el aprendizaje, el despliegue de la creatividad y la responsabilidad sobre lo que se desarrolla exige una recreación de los sistemas y con ello, de las dinámicas de información, comunicación, cooperación, etc. que contienen. Y sabemos que es posible hacerlo ya que existen experiencias reales que lo atestiguan.

El intento de contener en las formas de trabajo habituales estos conceptos está condenado al fracaso. Es imposible desplegar su lógica en estructuras inadaptadas para su desarrollo. Por ello, estos intentos generan malestares, insatisfacciones y lo que es más preocupante, la sensación de la no existencia de vías de avance. ¿Será que transitamos por lo conocido y esta vía no es la adecuada sino que más bien es la que alimenta el no deseo?, ¿será que somos incapaces de avanzar por caminos no recorridos?.

Quizás sea esta la razón por la que nos refugiamos en una participación de carácter institucional o en una participación en cuestiones extraordinarias respecto a lo cotidiano.

Cambiemos el lenguaje, basta de hablar de lo ya hablado. Creemos espacios colectivos y singulares en cada organización que afronten la necesidad de avance en el protagonismo de las personas, únicas que les dan sentido y pueden ofrecer un futuro en un proceso de construcción colectiva.

Solamente se requiere abandonar las situaciones de aparente conformidad y la impresión de haber llegado a alguna parte. Frente a ello, debemos fluir en otros conceptos, en otras posibilidades a veces contracorriente de las modas y cultura de la gestión. Crear una nueva realidad organizacional más plena lo exige. Y a partir de ahí, a innovar.

Publicado en

Artículo publicado en la revista Punt Coop (Barcelona), junio 2010.

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