Reuniones confinadas, relaciones enlatadas

Aprovecho esta tarde de sábado en que mis hijos duermen la siesta para escribir cuatro líneas sobre algo que está resultando ser una normalidad después de cinco semanas de confinamiento: las reuniones confinadas derivadas de los grandes salvadores del momento, la tecnología y el teletrabajo.

En días como estos estamos hartos de reunirnos telemáticamente con gente, mucha gente. Lo más curioso del caso es que entramos y salimos de reuniones hablando y discutiendo sobre infinidad de temas pero siempre desde la misma silla y delante de un mismo interlocutor: la pantalla de nuestro ordenador.

De entrada, qué suerte poder seguir trabajando y operando con relativa normalidad: ¡Gracias, internet, fibra óptica, zooms, jitsis, meets…Gracias, tecnología! Efectivamente no podemos dejar de poner en valor todos estos elementos porque lo tienen. Sin embargo, merece la pena poner el foco en el tipo de reuniones y conversaciones que están teniendo lugar a través de la red.

Reuniones confinadas

Las reuniones online tienen unas características que marcan notablemente la dinámica de relacionarnos estos días. En primer lugar, es difícil no hablar los unos por encima de los otros sin que alguien no asuma el rol de moderador en las conversaciones. Esto conlleva que últimamente conversemos de forma moderada. En segundo lugar, en reuniones virtuales es habitual disponer de un orden del día claro para evitar divagaciones que compliquen todavía más la comunicación. De ahí que conversemos también de forma ordenada, eficiente y estructurada. Aparentemente suena bien, pero veamos algunas limitaciones no menores: la falta de espontaneidad, la dificultad a la hora de conflictuar y la relegación de los cuidados al último puesto, si es que se acaban considerando.

En un artículo del New York Times sobre el proyecto “Aristóteles” que Google hizo para ver cómo construir un equipo perfecto (“What Google Learned From Its Quest to Build the Perfect Team”) se confrontaban dos modelos de equipos: A) el estructurado y B) el caótico. La pregunta era cuál de los dos era mejor desde el punto de vista de la organización… La respuesta fue, según se mire, sorprendente puesto que rompía con ciertos paradigmas imperantes a día de hoy. El equipo caótico, en este caso, resultaba ser mejor para la organización: no en clave de eficiencia pero sí en clave de eficacia. El equipo caótico daba margen a la anécdota, a compartir cómo va la vida, a discutir con vehemencia y a generar vínculos afectivos entre los miembros, entre otras virtudes. En el fondo, el equipo caótico daba luz a las distintas caras que tenemos las personas, no sólo la faceta “profesional”. No me extenderé más hablando del artículo pero os lo recomiendo. Es largo pero lo podéis leer tranquilamente ahora que disponemos de tiempo…O no, si vuestro confinamiento es con hijas o hijos pequeños. En cualquier caso, una conclusión que podemos sacar sería que las conversaciones online no favorecen en absoluto el caos y por eso no benefician ni a los equipos, ni a las relaciones ni a las organizaciones. Ser conscientes de este factor puede sernos beneficioso a nivel organizacional. Veámoslo.

La pregunta en el marco de la organización sería por qué deberíamos dar más espacio al caos cuando la situación ya es suficientemente caótica… Cuando en Hobest hablamos de caos en las organizaciones, hablamos de organizaciones vivas. El símil de la naturaleza nos puede ayudar a verlo y es que es en ella donde impera de forma más clara el caos como fuente de vida y de equilibrio. Esto es lo que buscamos en las organizaciones: ¡vida, ahora más que nunca! Y la vida la encontramos en las relaciones: entre personas, en los equipos, en nosotros y nosotras mismas.

La magnitud de la crisis que estamos viviendo está impactando desde un punto de vista existencial, emocional y relacional de forma fractal a infinidad de niveles: mundial, social, colectivo, organizacional, personal… La mirada sistémica de la crisis nos tiene que permitir ver más allá pero a la vez más adentro. La fractalidad toma relevancia en momentos como estos y es que todo lo que hierve dentro nuestro está hirviendo en el mundo y viceversa. El confinamiento, como momento de parón, nos brinda la oportunidad de poner conciencia, por un lado, de que algo nuevo se está gestando y necesita emerger pero, del otro lado, que algo viejo y caduco tiene que morir y desaparecer.

Esta complejidad la estamos viviendo hoy, también en las organizaciones… Y ahora volvamos a las reuniones confinadas online sobre las cuales se están sustentando tantas de ellas. Éstas nos están permitiendo salir del paso de forma más o menos exitosa. Ahora bien, ¿están dando respuesta a la necesidad de diálogo profundo que requiere tal complejidad? ¿Estamos dándonos espacio suficiente para hacer aflorar todo aquello que está sucediendo dentro y fuera de nosotros? ¿Somos conscientes que esto que estamos viviendo internamente puede ser parte de la solución? Las conversaciones online pueden ser un arma de doble filo: por un lado extreman la eficiencia y la resolutividad, ideales para el corto plazo, pero por otro lado, pueden enclaustrarnos en nuestra cara estrictamente “profesional” y capar así el diálogo sutil y creativo que necesita el momento.

Volviendo a la mirada sistémica, probablemente lo que estamos sintiendo y viviendo no sólo tiene que ver con una o uno mismo, sino que va mucho más lejos, tiene que ver con un nosotros. Y es por este motivo que, ahora más que nunca, tenemos que darnos espacios informales, también online, que permitan hacer aflorar todas esas inquietudes, ideas, sueños que repican internamente y que necesitan salir del enlatamiento. Vivimos momentos de vulnerabilidad y, por lo tanto, debemos darnos espacios, por pequeños que sean, para mostrarnos desde ella, sin órdenes del día ni moderaciones. Hay que dar paso a la vida, también dentro de nuestras organizaciones.

Os dejo, los peques se han despertado de la siesta y me voy a jugar. Seguiremos…

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