Apropiación del trabajo y feminismo

Introducción

En Hobest ayudamos a desarrollar modelos de organización que se construyen para y desde la apropiación del trabajo. En este artículo Maite Darceles reflexiona sobre este concepto y cómo su aplicación guarda paralelismos con la praxis del feminismo y los retos subyacentes a los objetivos de este movimiento político de transformación social.

En Hobest ayudamos a desarrollar modelos de organización que se construyen para y desde la apropiación del trabajo.

Esta idea de apropiación se refiere principalmente a las personas trabajadoras, pero también se extiende a otras personas que participan en la actividad: usuarias, voluntarias, socias, clientes, proveedoras, colaboradoras. La apropiación ha de ser sin exclusiones. Por ejemplo, tener en cuenta, obviamente, a las usuarias destinatarias de nuestra actividad.

El eje es cómo vivimos el trabajo. Que nos apropiemos de él, que lo hagamos nuestro. No hablamos de que nos comprometamos y demos lo mejor de nosotras mismas. Esta es solo una parte. Hablamos de que realmente tengamos poder. Y aquí radica la esencia de la propuesta, y su dificultad práctica. Construir organizaciones donde se preserve el poder individual (autonomía) y éste engrane bien con el todo, resultando en una organización fluida y con gran potencial colectivo. 

Acompañamos a las organizaciones en su desarrollo organizacional para que sean capaces de acometer sus retos haciendo posible en la práctica su propia concepción del trabajo autónomo, si es que partimos de una organización que tiene estos valores. Y si no es el caso, ayudando a que se comprenda la potencia de esta apropiación, y dar pasos en ese sentido. A veces, deriva en una profunda transformación organizacional. Un antes y un después en lo que tiene que ver a la capacidad colectiva.

Este concepto de apropiación del trabajo puede resultar abstracto. No existen reglas y pautas claras para conseguirlo. Sino que cada organización debe andar su propio camino e inventar su modelo genuino. Ahora bien, cuando analizamos una organización y hacemos las preguntas oportunas, suele resultar claro si se da o no se da.

Al acompañar este desarrollo o transformación organizacional nos enfrentamos con la necesidad de superar creencias imperantes de organización y gestión. Porque, precisamente, –sostengo que– podemos definir el modelo imperante como toda orientación del management o de las técnicas de gestión que tienen como objetivo, o como resultado colateral, dificultar e impedir la apropiación del trabajo.

Y es aquí donde encuentro confluencias muy interesantes entre nuestra práctica de consultoría y el feminismo como movimiento político de transformación.

Imagen: La gran vagina, Mari Chordà, 1966. Museo Nacional de Arte Reina Sofía.

Ambas prácticas partimos de querer transformar una realidad que no nos convence (el patriarcado o los modelos imperantes de organización y gestión).

Y esta realidad se sustenta en unas creencias arraigadas e inconscientes para muchas personas, incluso para quienes sufren sus consecuencias, tanto desde las posiciones privilegiadas como desde las desfavorecidas.

También compartimos la convicción de que la transformación se orienta hacia una realidad más justa, más equitativa, más humana.

Parte importante del trabajo consiste en identificar las creencias que operan en cada situación y desarrollar otros relatos que sean más empoderadores (para apropiarnos del trabajo y aumentar nuestra potencia colectiva, en el ámbito organizacional, o para superar situaciones de discriminación, en el feminismo). 

Ambas prácticas nos rebelamos contra visiones de jerarquías y categorizaciones artificialmente naturalizadas. Y concebimos una visión de poder mucho más amplia que el poder vertical o “poder sobre” otras personas. Concebimos una visión del poder como capacidad, potencia y empoderamiento, tanto individual como colectivo. Poder desde lo que soy y somos, poder para crear, hacer, poder con otras y otros.   

La transformación organizacional que planteamos desde Hobest está estrechamente relacionada con valores y formas de comunicación que han incorporado las mujeres en su socialización de género, más que con los incorporados por los hombres. Tiene más que ver con ser empáticas que persuasivas, con apoyar frente a controlar, con ser generosas antes que dominadoras, con tener una visión global y que nada importante se nos escape frente a ser especialistas y expertas en una parcela de conocimiento fragmentado, con el cuidado mutuo frente a la explotación o el paternalismo, con el interés colectivo frente al interés propio, con la cooperación frente a la competición, con entender el liderazgo como responsabilizarnos de lo que tenemos en común para apostar por vías que nos permitan mejorar como colectivo frente a entender el liderazgo como ser carismática para que un grupo de gente se crea sin cuestionamiento lo que digo y actúe a ciegas.

Profundizar en estas confluencias e ir tejiendo discursos variados y retroalimentados que se constituyan en alternativas, cada vez más sólidas, a las realidades que queremos transformar.

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