La fábrica del hombre endeudado

El término deuda se nos presenta hoy como una maldición bíblica. Portavoces de los poderes establecidos, “mercados”, instituciones, medios de comunicación, declaran: Españoles, griegos, portugueses, irlandeses, italianos… somos culpables de haber vivido por encima de nuestras posibilidades y, en consecuencia, tenemos que pagarlo con miseria, paro, destrucción de los servicios sociales, desamparo, al fin y al cabo. No voy a entrar aquí en las causas de esta crisis, que ya tiene múltiples análisis mucho más acertados de los que yo pudiera hacer, sino a referirme al concepto de deuda, siguiendo, parcialmente, un libro de reciente publicación, del que tomo el título del presente artículo: “La fabrique de l’homme endetté”, de Maurizio Lazzarato, en Ediciones Amsterdam.

Imagen de la portada del libro La fabrique de l’homme endetté de Lazzarato

En primer lugar, es necesario darle a la deuda lo que le pertenece: No es una anomalía del sistema capitalista, sino, precisamente, su motor de acumulación. Todo el sistema se basa en un cobro diferido de aquello que se ha desembolsado, con el cual se realizan las operaciones futuras. Pero la transformación esencial en los últimos cuarenta años –los del dominio del llamado neoliberalismo– consiste en pasar la ecuación D-M-D’, en la que la mercancía fundamental es el trabajo, a una ecuación simplificada, D-D’, en la que el dinero se convierte, en un ciclo autorreferencial, en la mercancía de referencia. De ahí que fenómenos como la especulación, la corrupción, el fraude… sean constitutivos de la nueva economía (como ya estableció Galbraith[1] hace años) y no desviaciones perversas de la misma.

Pero hay otro tema que nos va a interesar para el desarrollo de nuestra argumentación: El Poder no procede de la relación acreedor/deudor, sino que la precede. Es decir, es siempre el que detenta el poder económico, político, o de cualquier otro tipo, quien puede imponer condiciones de deuda al necesitado, al subordinado a su dominio, perpetuando de esta manera la situación.

Es interesante constatar que, aunque como veremos más adelante, la deuda es consustancial al desarrollo de nuestra civilización judeocristiana, la figura del usurero fue denostada en la Edad Media y en los inicios del capitalismo temprano, como muestra Shakespeare en el episodio de Shylock en “El mercader de Venecia”, e incluso desde posiciones religiosas, en un manuscrito del siglo XIII citado por Le Goff:[2]

“¿Qué vende él, en efecto, sino el tiempo que se desvanece entre el momento en el que presta y aquel donde se reembolsa con intereses? Ahora bien, el tiempo no pertenece sino a Dios. Ladrón del tiempo, el usurero es un ladrón del patrimonio de Dios.”

La deuda como dominio de la subjetividad

En realidad, la deuda es consustancial a la civilización judeocristiana. Desde nuestro nacimiento adquirimos una deuda con nuestro Creador por un Pecado Original cuya esencia ignoramos, asumiendo una culpa que tenemos que purgar a lo largo de nuestra vida. De esta forma, en nuestra cultura –como se hace muy evidente en los discursos dominantes en nuestros días– la deuda viene asociada a la culpa por haberla contraído. Este tratamiento está muy presente en la obra de Nietzsche, particularmente en “La genealogía de la moral”:

“Esos genealogistas de la moral habidos hasta ahora, ¿se han imaginado, aunque sólo sea de lejos, que, por ejemplo, el concepto moral fundamental de «culpa» (Schuld) procede del muy material concepto «tener deudas» (Schulden)? ¿O que la pena en cuanto compensación se ha desarrollado completamente al margen de todo presupuesto acerca de la libertad o falta de libertad de la voluntad?”

A diferencia de otras épocas históricas, la condición neoliberal se ha basado en el endeudamiento de por vida (“voluntariamente” solicitado por los ciudadanos “libres”) como modo habitual de consumo. Esta condición es equiparable, con sus diferencias de origen y genealogía, a la deuda que el cristiano adquiere al nacer: Tiene que pagarla de por vida. Pero, más allá de las condiciones “objetivas” del contrato entre acreedor y deudor, aparece otro “contrato” implícito, subjetivo: El deudor debe ser digno de la confianza del acreedor, incluso desde antes de adquirir la deuda. Es decir, sus hábitos, sus formas de vida, sus comportamientos, sus aspiraciones, sus ilusiones… deben encajar en su condición de deudor, deben alinearse con lo que de él se espera, con la confianza a la que se ha hecho acreedor.

En modo similar a la culpa en el cristianismo, la deuda se manifiesta, pues, como un dispositivo de poder, tratando de hacer perfectamente previsible el comportamiento futuro de los endeudados en función de los intereses y objetivos de los acreedores, para hacerse dignos de cumplir su promesa. Vuelvo a Nietzsche:

“El deudor, para infundir confianza en su promesa de restitución, para dar una garantía de la seriedad y la santidad de su promesa, para imponer dentro de sí a su conciencia la restitución como un deber, como una obligación, empeña al acreedor, en virtud de un contrato, y para el caso de que no pague, otra cosa que todavía «posee», otra cosa sobre la que todavía tiene poder, por ejemplo su cuerpo, o su mujer, o su libertad, o también su vida (o, bajo determinados presupuestos religiosos, incluso su bienaventuranza, la salvación de su alma, y, en última instancia, hasta la paz en el sepulcro […]”.

Es decir, hay que producir una interiorización de la deuda, de la promesa pendiente, en forma de culpa, de “mala conciencia”, de manera que la subjetividad quede orientada al cumplimiento en función de las normas queridas por el acreedor. En el cristianismo el ser nace asignado a un lugar en la Tierra y en la sociedad, al que deberá honrar con su comportamiento moral, siendo así responsable de su deuda con el Creador a través de un comportamiento acorde a los Mandamientos establecidos. Pero en el capitalismo tardío se va a producir un fenómeno muy interesante: El llamamiento al ser para que “se haga a sí mismo” como forma de pagar su deuda, que inunda discursos, conferencias sobre innovación, artículos, etc. Es el nuevo Mandamiento. Pero un mandamiento, por cierto, que sólo afecta a aquellos que tienen pocos recursos económicos por origen. ¿Alguien se imagina proponiendo al rico heredero de una fortuna familiar que sea “emprendedor” de sí mismo?

En efecto, la conversión del dinero en la mercancía autorreferencial ha traído como condición necesaria la degradación del trabajo como mercancía de referencia: Destrucción de empleo, precarización, pérdidas de poder adquisitivo e, incluso, de los derechos sobre lo que no hace tanto se denominaba el “salario diferido” (pensiones, prestaciones por desempleo, sanidad, etc.). Devaluado el trabajo colectivo, el individuo debe constituirse como la fábrica de sí mismo para poder endeudarse y responder a la promesa de restituir la deuda, como ya había adelantado Foucault. Ya no se llama a trabajar –no hay “empleos”– sino a ser emprendedor para construir –en solitario– tu propia vida de consumidor activo.

Deleuze[3] realiza un pasaje fundamental entre la “interiorización” de la deuda en el cristianismo y en el capitalismo: Mientras que en el primer caso tiene una naturaleza transcendente en el capitalismo tiene una naturaleza inmanente. La eternidad prometida por la religión al aceptar la carga de la culpa se trastoca en el capitalismo en un “automovimiento” continuo del valor, del dinero que genera dinero, y que, gracias a la deuda, sobrepasa siempre sus propios límites (una “eternidad” terrenal, al fin y al cabo.)  

Evaluación y control

La llamada burbuja inmobiliaria introduce una forma de deuda basada en un supuesto temerario: Que el precio de los inmuebles subiría sin cesar gracias a la demanda generada a través de la “fluidez” del crédito hipotecario, con lo cual éste siempre podría ser recuperado (amén de representar un suculento negocio especulativo para los bancos a través de los “derivados” financieros). Su “estallido” devuelve el crédito y la deuda a él asociada, a su lugar de origen, sólo que perfeccionada por los dispositivos de evaluación y control de nuestras instituciones financieras y políticas, con un estado de excepción asociado (¿qué otra cosas son los “rescates” de Irlanda, Grecia, Portugal y España?).

La evaluación del aspirante a deudor (o a empleado, o a trabajador…) regresa con toda su fuerza: La persona tiene que ser cuidadosamente evaluada, no tanto en su comportamiento pasado (que, a lo sumo, es signo para un futuro), sino en sus actitudes, sus hábitos, sus conductas… para valorar si merece la confianza de recibir un crédito que le endeudará largos años de su vida. Pero esta evaluación pretende guiar la vida del endeudado de forma acorde al pago puntual de los compromisos adquiridos. Es decir, lisa y llanamente, pretende hacer previsibles las actuaciones de los endeudados (de casi toda la población), de manera que se reproduzcan sin cesar las condiciones del Sistema que abocaron a la deuda.

Desde esta óptica (diseño del futuro de la persona a través de la deuda) tenemos que convenir con Foucault en que nos encontramos con un dispositivo del biopoder, con un instrumento de la biopolítica. “Una especie de intimidación y de chantaje se inscribe desde el principio entre la necesidad de subsistir y la manera de gozar, a partir de una subsistencia garantizada.”, dice Klossowski[4].

Pero esta sumisión del comportamiento futuro de la persona (o del trabajador, o del directivo, o del parado…) a su papel (y a su deuda) tiene que ser reforzada por el sistema a través de técnicas de autoayuda, que la vigoricen en su empeño sin descanso. Y esto, según Lazzarato[5], necesita “La multiplicación de la intervención de psicólogos, sociólogos y otros expertos en el ‘trabajo sobre sí mismo’, el desarrollo del coaching para los asalariados de las capas superiores y del seguimiento individual obligatorio para los trabajadores pobres y los parados, la explosión de las técnicas del ‘cuidado de sí mismo’ en la sociedad, son síntomas de nuevas formas de gobierno de los individuos que pasan también y sobretodo por la modelización de la subjetividad.”

Entender el papel que juega la deuda en nuestras condiciones económicas, sociales y políticas es clave para desvelar su lógica y poder optar a una sociedad diferente.


[1] J. K. Galbraith. “La economía del fraude inocente”. CRÍTICA (2004)

[2] J. Le Goff. “La Bourse ou la vie”. HACHETTE (1986)

[3]  G. Deleuze. “Nietzsche y la filosofía”. ANAGRAMA (1971)

[4]  P. Klossowski. “La moneda viva”. PRE-TEXTOS (2012)

[5]  M. Lazzarato. “La fabrique de l’homme endetté” Éditions Amsterdam (2011)

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Artículo de Alfonso Vázquez publicado por Know Square

8 comentarios en «La fábrica del hombre endeudado»

  1. Muy interesante tu artículo, Alfonso. Me ha movilizado unas cuantas neuronas para conectar lo que explicas con textos de otra gente como Rifkin, de Geus o Bauman. Lo he dejado por escrito en un artículo que acabo de publicar: Esclavos de la deuda, ese malvado motor económico (https://www.consultorartesano.com/2012/11/esclavos-de-la-deuda-ese-malvado-motor-economico.html). Por sacarle un matiz positivo: creo que iniciativas de crowdfunding y la banca ética pueden aportar luz al final de este túnel, ¿no?
    Gracias por tus artículos.

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    • Gracias, Julen, por tus comentarios y por tu post. Lo cierto es que este librito me ha hecho pensar mucho. Lazzarato ha estado muy ligado, desde hace años, a las corrientes críticas del «capitalismo cognitivo», pero ahora se desmarca de ellas: No existe tal economía del conocimiento como forma de dominación capitalista, lo realmente operativo -lo que sigue operando el proceso de acumulación- es la milenaria deuda. Y para ello regresa a los escritos de juventud de Marx, a Nietzsche, a Deleuze y Guattari (considera el «Antiedipo» como una obra equiparable al «Capital» de Marx) y a Foucault. En todo caso, inquietante.
      Y sí, Julen, trabajamos con la banca ética, tengo algún proyecto de colaboración con un fondo de este tipo, pero… ¡no acaba de despegar! mientras la usura del sistema devora producciones (genera la «antiproducción» que anunciaron/denunciaron Deleuze y Guattari), riquezas, culturas y, literalmente, vidas. Pero ya a mis años no me voy a rendir, seguiremos intentándolo…
      Un abrazo.

  2. Me siento identificado especialmente con «el individuo debe constituirse como la fábrica de sí mismo para poder endeudarse». Muchos que emprenden, y que tras un periodo de puesta en marcha deciden buscar un inversor, tras tocar muchas puertas tienen la sensación de tener que pasar por una especie de aro o caer en una trampa, da que pensar …

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    • Gracias por tu comentario, Aritz. Y sí, es cierto que toda esta fanfarria tan de moda sobre el emprendizaje, el «hágase a sí mismo», encubren la impotencia de la sociedad tardocapitalista, en su enloquecida búsqueda de la acumulación por la acumulación, para darse salida a sí misma. El peso, la culpa, recae en los que emprendéis por no poder encontrar inversores a los que vayáis a restituir con creces, y a corto plazo, lo prestado.
      Pero tú, ánimo, de una forma u otra encontrarás la salida a vuestros muy interesantes proyectos. Un abrazo.

    • Aupa, Aritz,
      Parece que las invocaciones a la innovación no encuentran respaldo material, a la hora de la verdad, como denunciabas en tu escrito «Hola Sociedad».
      Los principios sobre inversión siempre han sido claros: maximizar la rentabilidad minimizando el riesgo. Esto, en principio, es difícil de casar con cualquier proyecto de innovación, donde reina, por definición, la incertidumbre; siempre ha sido así: a mayor riesgo, mayor rentabilidad asociada.
      Pero, ahora hay más, ahora que vemos la economía financiero-especulativa más al desnudo, que se han destapado tantos de sus disfraces sobre cómo funciona, sabemos, por múltiples ejemplos, que el riesgo -a veces paquetizado- se cede a otros, ocultando la información, y quedándose el cedente solo con la parte lucrativa…
      En esta dinámica de D-D’, dinero genera dinero, sin más traslación a nada que tenga que ver con la producción de bienes y servicios, y con las innovaciones relacionadas con éstas, por desgracia, en el mundo de las finanzas lo de menos es la aportación de valor y lo que importa es «si el proyecto me asegura una rentabilidad y/o si puedo vislumbrar la forma de trasladar el riesgo a terceros quedándome solo con lo bueno y bonito». Este esquema está funcionando de manera fractal -repitiéndose el fenómeno a diferentes escalas- en todo el sistema financiero-especulativo. Un ejemplo: Bankia y todo este tema del «banco malo». Otro ejemplo: las participaciones preferentes. Otro más: inversores especulativos que tras el pelotazo de rigor dejan los desechos de la empresa o proyecto donde estaban…
      Esperemos que en algún momento seamos capaces de oponernos y pararles los pies.
      ¡¡Y ánimo con el proyecto, Aritz!!, ¿quizá redimensionando para tener mayor dominio y eludir dependencias ajenas?
      Muxu bat,

      Maite

  3. Desde un punto de vista moral se le puede llamar codicia, pero pienso que quizás hay un componente biológico, una especie de «reflejo de la acumulación», no más voluntario ni elaborado que el reflejo prensil del recién nacido. Es quizás este reflejo innato lo que comparten usurero y deudor, lo que alimenta la relación entre ambos.

    Difícilmente respondemos con emoción positiva al «menos», pero nos levanta fácilmente del asiento el más alto, más rápido, más fuerte, más grande, más, más…

    Lógicamente las acumulaciones de un lado generan disminuciones en el otro, y tarde o temprano estos desequilibrios se desbordan y buscan compensarse como el mecanismo de un termostato… Quizás no es nuestra humana «inteligencia» la que gobierna la nave, sino la mente invisible -inmanente- del sistema (Bateson)la que se manifiesta una y otra vez en coyunturas culturales diferentes.

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  4. Desde la deuda de Alfonso Vázquez hasta la codicia de alfonso longo lo he leído todo y, tras el impacto, solo quiero comentar dos aspectos.
    Empezando por el final, el factor de acumulación como un factor o reflejo genético, considero que no es necesario recurrir a posiciones esencialistas para dar cuenta de un fenómeno ontogenético en nuestra especie: crecemos y nos socializamos comiendo de «otro», mejor dicho de «otra».
    Tiene razón alfonso cuando señala que cuanto más mejor porque tenemos la experiencia de necesidad y de carencia gravada en nuestro principio, así como también la experiencia del goce de la completud, del rebosamiento. Y, sí, podriamos considerar que quedan fijados como reflejos internos, estructuras que modulan las relaciones sociales, no solo las económicas, también las sexuales, afectivas, etc.
    Explicaba una psicoanalista con ánimo didáctico que hubo una vez un bebé tan orgulloso, que un dia descubrió que la teta que mamaba no era suya, no era parte de yo, que pertenecia a otro/a. Y entonces dejó de mamar. Y se murió.

    Salto al interesante artículo de Alfonso Vázquez para destacar el mecanismo disciplinario de esa «deuda». A diferencia de las consecuencias colectivizadoras del trabajo productivo, que empujan a la relación social, a la cooperación en pro de un provecho mejor o peor compartido (aprovecho), a un tipo de pegamento social, la deuda disciplina porque individualiza. No solo porque somete al acreedor al pago de D+D por tiempo, no solo porque modela la conducta a patrones prosociales, sino porque fija al sujeto, esta vez solo, entre el consumo-deseo y la deuda-culpa. «Hagas lo que hagas Ponte bragas. Bragas Ponte», rezaba un anuncio inserto en una película de Almodovar. Bateson le llamaba doble vínculo: los bebés que observaba junto a Margaret Mead intentaban tener un encuentro afectivo cons sus madres. Ante su solicitud, ellas se retiraban. Si el niño buscaba a mamá, no la tenía; si no la buscaba, tampoco la tenía. Doble vínculo sin escapatoria a la frustración. Bateson indicaba que solo hay una salida: la metacomunicación, hacer un comentario, una reflexión, sobre la comunicación. Algo fuera del alcance de los niños pequeños; y de los no tan pequeños.
    Siguiendo con el comentario, la deuda disciplina e individualiza y, al hacerlo, desapega socialmente, nos ubica en el self, en la autoconstrucción, la autoreferencia; en predominante relación con nuestros objetos-consumo.
    Sin pegamento social, sin colectividad (ahora en liquidación por derribo),todo es más líquido, todo fluye y permea como dice Bauman; el crédito y las instituciones.
    Ya no vinculamos, solo nos conectamos y desconectamos en un clic. Con cientos, miles de amigos en facebook, estamos solos. Es otra matrix, o tramix, que más da.

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