Durante la grave crisis de los años noventa, en Euskadi se produjo un movimiento para hacer frente a la misma, en el que participamos múltiples agentes, generando espacios de encuentro, debates, foros, experiencias… que confluyeron en lo que se dio en llamar el modelo vasco de transformación empresarial, y que ha sido referencia para propios y ajenos. Aquel modelo no estaba “importado” de ninguna teoría de moda, sino que se basó en las características y valores propios de la sociedad vasca. Y los sucesivos Gobiernos jugaron un papel crucial en su impulsión, difusión e implantación (mi recuerdo a los Consejeros de Industria Javier Retegui, Josu Jon Imaz y Ana Aguirre). Se abrieron años en los que Euskadi fue un ejemplo de crecimiento equilibrado y sostenible, de cooperación, de internacionalización…
Hoy, el discurso permanece (sigue siendo “políticamente correcto”), pero vacío de contenido, como una cáscara de nuez. Hemos concebido la Gran Crisis como un fenómeno de la naturaleza y ello ha dado lugar al miedo, al “sálvese quien pueda”, sin reparar –salvo honrosas excepciones- en que lo que estamos viendo y viviendo es un juego de poderes terrenales en los que unos, la gran mayoría, perdemos, en beneficio de la inmensa minoría. El miedo, arma letal de los poderes, ha llevado a retraerse, centrarse en los ajustes, empequeñecerse, perder de vista el devenir… a lo que Sabin Azua denomina como “política anoréxica”.
Y hay dos grandes sacrificados, el trabajador y el ciudadano. El trabajador porque, en la medida en que el dinero se convierte en referente único, pierde su primacía en el proceso productivo (la antiproducción se vuelca sobre el trabajo); y el ciudadano porque, en la medida en que los poderes que marcan el devenir están sujetos a los mercados, pierde su condición.
Y tampoco valen los discursos que se ponen de moda como un “escape” a la situación, apelando al individuo y no a lo común. Como no puedo extenderme, cito a Lazzarato [1] (se refiere a Francia, pero vale para otras realidades): “La multiplicación de la intervención de psicólogos, sociólogos y otros expertos en el ‘trabajo sobre sí mismo’, el desarrollo del coaching para los asalariados de las capas superiores y del seguimiento individualizado obligatorio para los trabajadores pobres y los parados, la explosión de las técnicas del ‘cuidado de sí mismo’ en la sociedad, son síntomas de nuevas formas de gobierno de los individuos que pasan también y sobretodo por la modelización de la subjetividad.”
El miedo se vence construyendo comunidad. Necesitamos construir sobre lo que somos: una sociedad de trabajadores, igualitaria, solidaria, cooperativa, democrática. Nuestro mayor valor son las personas de nuestro pueblo que, generación tras generación, han construido lo que tenemos. Apuesto por una segunda transformación socioeconómica para Euskadi con dos ejes esenciales: Una comunidad de productores de riqueza material y social, y una comunidad democrática que genere contextos de participación, debate, elaboración, decisión, elección; que recupere el ágora tan presente en nuestra tradición secular. Recuperar el trabajo y la ciudadanía son tareas imprescindibles. Y requieren de una opción política.
[1] M. Lazzarato. «La fabrique de l’homme endetté» Éditions Amsterdam (2011)
Muy acertada y preocupante esta dicotomía (un mismo concepto, dos aspectos en oposición) entre trabajador y ciudadano, pues normalmente hacen refrencia a la misma persona pero funcionan de manera diferente si se encuentran bajo el contexto de «trabajador» o bajo el contexto de «ciudadano». ¿Acaso no es la misma persona? He de responder que no de manera taxativa, más en este caso en el que el miedo interviene como elemento modificador.
El miedo es esa variable que deshace el vínculo social e individualiza (más si cabe) al propio individuo y lo deja sólo en un contexto de soledad.
Por eso mismo opino como tu en el sentido de que la única manera creativa de cambiar ese estatus es construir comunidad, de modo que trabajador y ciudadano funcionen de modo unívoco en un contexto social y político.
Gracias, Mikel, por tu, como siempre, penetrante comentario. Efectivamente, la Segunda Revolución Industrial no sólo parceló drásticamente el trabajo (las «tareas»), sino que parceló al sujeto según el espacio temporal y físico en el que se desenvolvía. Así, devenías parcialmente obrero (mientras estabas entre los muros de la fábrica, donde todo atisbo de democracia «interrumpía» el funcionamiento de la cadena de producción), con un poco de suerte podías ejercitar derechos ciudadanos en algunos lugares y espacios temporales, se esperaba que fueras «reproductor» de la futura fuerza de trabajo a través de la familia… Esta escisión no se había producido en épocas históricas anteriores: El esclavo era sustancialmente esclavo, el siervo de la gleba sustancialmente siervo de la gleba, el artesano sustancialmente artesano…
Esta escisión es la que está permitiendo a los poderes económico/políticos destruir por un lado el trabajo y por otro la ciudadanía. Por lo que completamente de acuerdo con tu última frase: «la única manera creativa de cambiar ese estatus es construir comunidad, de modo que trabajador y ciudadano funcionen de modo unívoco en un contexto social y político.»