Ciudadanos perplejos. Este es el panorama que contemplamos cada día al abrir las páginas del periódico, encender la radio, escuchar las medidas anticrisis propuestas por unos u otros, o, sencillamente, acudir al trabajo. Perplejidad. ¿Por qué si todo el mundo la sabía no se ha actuado antes? ¿Cómo se ha podido llegar hasta aquí? Y, sobre todo, ¿Qué nos espera?
Es evidente que las medidas que se están adoptando no van al fondo del problema, a entender e invertir las lógicas que lo han generado, sino, más bien, a combatir sus síntomas con medidas añejas, en una suerte de neokeynesianismo sui generis (distribuir la pobreza social incrementando la acumulación particular es lo contrario de lo que Keynes propuso, precisamente para salvaguardar el capitalismo). Las dos medidas más evidentes que se están proponiendo (y, en parte, practicando) consisten, por un lado, en acudir en auxilio de los grandes núcleos financieros para “rellenarlos” y, por otro, a recurrir a la regulación del mercado de trabajo y sus aledaños (las pensiones, por ejemplo) para adaptarlo a las condiciones adversas generadas por la crisis (a ello podemos añadir proposiciones dieciochescas como invitar a Grecia a vender sus islas -¿por qué no Atenas?- para cubrir su deuda). Otras, de mucho más hondo calado, como la lucha contra el cambio climático, fracasan estrepitosamente.
Ambas líneas, lejos de ser una garantía para revertir la crisis, profundizan en ella, creando, como ya han expresado algunas corrientes de opinión, un escenario cuyo único horizonte es la crisis misma.
Las reformas propuestas del mercado de trabajo mantienen concepciones propias del siglo XX: Una forma-trabajo basada en el empleo dependiente y, por tanto, completamente ajena a las transformaciones de fondo de finales del siglo pasado: La emergencia del conocimiento como factor tendencialmente masivo de producción y la colonización de la economía real (la productora de bienes y servicios, de riqueza, al fin y al cabo) por la economía financiera (la financiarización de la economía y la sociedad). Como ya he expuesto en otros escritos, este fenómeno, sencillamente, destruye gran parte del potencial de generación de riqueza contenido en el trabajo cognitivo, empobreciendo a la sociedad.
La financiarización de la economía y la sociedad tiene una doble faceta:
- Por un lado, genera círculos de recursión en los que el dinero genera –o destruye- dinero sin intermediación de ningún bien o servicio; es decir, la ganancia empresarial de antaño es sustituida por renta como factor dominante de la economía.
- Pero, a su vez, y no lo olvidemos, con el triunfo del neoliberalismo en los años ochenta, la financiarización se hace con el dominio de la sociedad, desplazando la política a un plano secundario. La Ley de Leyes del Mercado aparece como único referente político y, en consecuencia, hurtado a la acción de la ciudadanía, de nuevo relegada al papel de súbditos de una Ley inexorable. Y estos poderes se superponen a empresas, Estados, Partidos, ideologías…
Sólo nos queda, pues, inventar una nueva sociedad, una economía para el bienestar de los humanos y, muy importante, una nueva forma de practicar la política en el ágora de la ciudadanía.
Cierro citando a Edgar Morin:
Cuando un sistema es incapaz de resolver sus problemas vitales por sí mismo, se degrada, se desintegra, a no ser que esté en condiciones de originar un metasistema capaz de hacerlo y, entonces, se metamorfosea.[…] Lo probable es la desintegración. Lo improbable, aunque posible, la metamorfosis.[1]
Pues produzcamos la metamorfosis!
[1] E. Morin “Elogio de la metamorfosis” EL PAÍS, 17/01/2010